El domingo pasado compartí, en el marco de la Feria Internacional del Libro 2022, diez experiencias de vida que contribuyeron para que yo me convirtiera en un lector.

Hablé de esas vivencias en el puesto que la Librería Internacional instaló en el Centro de Convenciones de Costa Rica ubicado en Belén de Heredia.

Voy a referirme, en estas líneas, a cinco situaciones de mi infancia que me acercaron a los libros y me ayudaron a entablar una amistad con ellos que perdura hasta el día de hoy.

Primera. Tuve la dicha de crecer en un hogar en el que había libros.

Recuerdo, como si hubiera sucedido ayer, a los vendedores de enciclopedias que visitaban a mis padres y desplegaban sobre el piso de la casa enormes afiches que promovían colecciones que incluían treinta, cincuenta o más tomos de esas colecciones editoriales que ahora están en vías de extinción debido a la vasta información que brinda Google.

Papá y mamá (David y Elizabeth) invirtieron buena parte de sus salarios en la compra de varias de esas series de libros producidos por la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana (UTHEA), con sede en México.

Gracias a esas adquisiciones y otros textos provenientes de librerías, en nuestro hogar contamos siempre con la presencia de amigos de papel y tinta.

Fue así como aprendí que la casa debe ser nuestra biblioteca más cercana. Los libros deben estar al alcance de la mano.

Segunda. No solo había libros, sino que papá y mamá eran lectores apasionados.

Con frecuencia, ellos dos conversaban sobre lo que estaban leyendo, obras que los entusiasmaban debido a que abordaban temas del interés de ambos: historia, política, teología, vidas interesantes, salud, tradiciones costarricenses, curiosidades del idioma, etcétera.

Fue así como aprendí que tenemos que buscar textos que conecten con nuestros intereses. La lectura debe apasionarnos.

Tercera. Además de lectores apasionados, papá y mamá nos leían alguna historia cada noche.

Se trataba de relatos que despertaban y alborotaban la imaginación, y que formaban parte de dos libros maravillosos: La Biblia en cuadros para niños y Cuentos de mi tía Panchita.

Los sueños nocturnos de mis tres hermanos y yo eran alimentados por Adán y Eva en el huerto del Edén y Juan, el de la carguita de leña.

Fue así como aprendí que la capacidad de imaginar relatos es una aliada maravillosa y poderosa de la lectura. Leer es recrear y fantasear.

Cuarta. David y Elizabeth no solo nos leían… ¡también nos regalaban libros!

Aún no sabía leer el día en que mi padre me preguntó, en su estudio, si quería que él me regalara un libro.

Era un ejemplar grueso y de tapas duras color café, pero desconozco cómo se llamaba y quién era el autor. Lo puse debajo de mi almohada, de donde lo tomaba cada noche para tocarlo, abrirlo, olerlo e imaginar que leía historias que yo mismo inventaba.

Fue así como aprendí que el libro tiene que ser un amigo cercano, un compañero en el día a día, un cómplice y camarada.

Quinta. Mis dos abuelas, Inés y Victoria, tenían el hábito de la lectura.

Crecí viéndolas leer.

A Inés la recuerdo leyendo sentada en el borde de su cama, en Guadalupe, Goicoechea, en tanto que a Victoria la rememoro leyendo en un viejo escritorio de madera, en Atenas, Alajuela.

Fue así como aprendí que los libros son abuelas editoriales que esperan siempre nuestra visita para contarnos historias nolvidables.

Uno de estos días compartiré otras cinco experiencias de vida que me transformaron en un lector.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote