La tensión para el lector comienza en la página 162 y termina en la 169.

¿De cuál libro?

Monjas y soldados, de la escritora y filósofa irlandesa Iris Murdoch (1919-1999).

Pocas veces he experimentado un sentimiento de angustia e incomodidad como el que me produjo el episodio narrado por esa autora con tanta maestría.

Todo empieza cuando Tim, un joven pintor que sobrevive a duras penas, se deja convencer por su pareja, Daisy, quien también sabe lo que es vivir a “coyol quebrado, coyol comido”, para que visite a una viuda llamada Gertrude y le pida dinero prestado.

La situación de esos enamorados era tan crítica que con frecuencia almorzaban tostadas con habichuelas, coles hervidas, pan negro, sirope dorado y una botella de vino blanco de baja calidad. Cuando querían llenarse, preparaban papas y espaguetis.

“¿Qué vamos a hacer con nuestras vidas?”, es una pregunta que inquieta a Tim y Daisy, quienes con frecuencia discuten debido a la paupérrima condición de sus bolsillos.

Guy, quien había estado casado con Gertrude, acababa de morir, lo que complicaba más los problemas financieros de Tim y Daisy pues ese hombre -de situación económica holgada- había socorrido al pintor en más de una ocasión.

El relato del encuentro entre Tim y Gertrude es tenso debido a las preguntas que ella plantea tratando de entender la situación en la que se encuentra aquel joven al que le gusta pintar gatos.

Las posibles soluciones que ella plantea enmarañan aún más un diálogo que uno desea que finalice pronto, pero Murdoch se negó a pasar la página rápido.

Ambos personajes no estaban acostumbrados a conversar, no conocían sus códigos, señales o mensajes entre líneas, lo cual le inyecta una mayor dosis de desasosiego a un diálogo en torno a uno de los temas que más intranquilidad suele producir en las personas.

Tim insinúa. Gertrude pregunta. El malinterpreta, saca conclusiones apresuradas. Ella se siente torpe, como abejón que se estrella contra las paredes. Cada quien imagina y supone, se siente culpable o se pone a la defensiva.

Sí, una conversación tirante, espinosa, embarazosa. Palabras que caminan con cálculo y miedo sobre un terreno minado. Ideas que se tambalean sobre la cuerda floja de los malentendidos.

De pronto, él inventa excusas para huir, escapar a toda prisa de la casa de Gertrude, pero ella lo retiene, le sirve más vino, y de pronto ambos púgiles se encuentran de nuevo contra las cuerdas de la comunicación.

“Esta conversación se está volviendo espantosa”, piensa Tim, quien de repente intenta minimizar sus penurias económicas y se disculpa ante Gertrude por haber exagerado sus problemas.

Al final, después de tanto estira y encoge, ella encuentra una posible solución y la tensión se disipa en el antepenúltimo párrafo de la página 169.

Iris Murdoch, una gigante de la literatura, fue capaz de transmitirme tales sensaciones mientras leí esas 8 páginas que forman parte de una novela publicada por primera vez en setiembre de 1980.

Se trata de una obra que estoy disfrutando intensamente pues aborda temas que me apasionan y obsesionan: el amor no confesado, la fe, el agnosticismo y el ateísmo, las apariencias sociales, los sueños frustrados y la lectura de uno de mis libros favoritos: Odisea, del aedo (cantor épico de la antigua Grecia) Homero.

Cien por ciento recomendada la lectura de esta novela en la que están presentes algunos de los fantasmas y demonios que revolotean en las mentes humanas.

Busque Monjas y soldados y regálese una generosa cantidad de deliciosos sorbos de naturaleza humana.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote