Si hay algo que abunda en nuestro planeta son definiciones de la palabra felicidad.

Compadezco a ese vocablo de cuatro vocales y cinco consonantes pues todo el mundo lo manosea, manipula y maneja de manera conveniente.

El mercado editorial está inundado de libros, manuales, guías y antologías que ofrecen recetas y fórmulas mágicas para ser feliz.

Sí, a esa dama de nueve letras se la trata y vende como un producto enlatado que saciará el apetito de los desgraciados con tan solo quitar la tapa, calentar en el microondas y devorar.

Yo no me atrevo a enunciar un significado de ese término al que muchos han tornado tan cursi como las películas de amor de Hollywood. A lo sumo, me animo a decir a qué se parece.

A veces se parece a una caricia de mi madre. O bien, a una rosa nueva en el jardín. También, ¿por qué no?, a una jarra de café recién chorreado, una copa de vino o un beso robado.

Para mí la felicidad se parece al mar, un cielo estrellado, el abrazo de un hermano, la risa de un bebé, un baño en la tina.

Se parece a muchas experiencias especiales…

… oler la lluvia o el zacate recién cortado, acostarse sobre la arena o un potrero, escuchar el trino de un pájaro o un disco de Pink Floyd, contemplar un atardecer o los leños encendidos de la chimenea…

El sábado pasado, 9 de enero, la felicidad se me pareció a un libro y una cama; digo, un buen texto y un colchón cómodo.

Me sentí satisfecho, gozoso y tranquilo leyendo sobre mi lecho. Experimenté esa hermosa sensación de que no me faltaba absolutamente NADA.

En mi caso la felicidad es sinónimo de plenitud y para alcanzar ese estado me basta con poco, poquísimo. El sábado la felicidad se asemejó a una tarde de lectura y reposo en la que no gasté ni un cinco.

Aún puedo ver mi gesto de placidez, serenidad y llenura. La cabeza en la almohada y el cerebro en el libro.

Me sentía tan relajado que en determinado momento cerré el libro y me sumergí en las cálidas aguas del sueño. Cuando desperté, la noche se había apoderado de mi habitación; aspiré su aroma a oscuridad y escuché su respiración de jardín dormido.

Esas horas de sosiego que me regalé se me parecieron a la felicidad. Dentro de unas tres horas intentaré repetirlo…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote