En este libro, ya les diré el título, se llaman Enea y Alia y no fueron creados del polvo de la tierra, él, ni de una costilla, ella; simple y sencillamente descendieron desde la copa de una ceiba.

Sí, bajaron desde lo alto de uno de esos árboles de tronco alto y robusto, al final del cual extienden sus frondosas ramas como brazos en los que hay espacio para todos.

Es como si un gigante hubiera clavado el mango de su paraguas en la tierra, dejando abierta, desplegada, la carpa de poliéster para que la lluvia escurra y no pudra la tela ni las varillas.

Si yo hubiera sido un árbol, me habría gustado ser una ceiba.

Una historia, en fin, en la que ninguno de los inquilinos del bosque está asociado al pecado original, y en la que hay insectos y animales, mas no serpientes que publicitan o mercadean el mal.

Los personajes, cuyos nombres ya mencioné, no se llaman Adán y Eva, pero resulta evidente que están inspirados en la que el Génesis presenta como la primera pareja sobre la faz del planeta.

En este Edén, una selva tropical húmeda (uno de esos rincones del mundo que nos inundan y desbordan la nariz de aromas), la alegría, felicidad, diversión, juego y broma sustituyen a lo prohibido y censurado.

Alia se siente tan libre y cero vigilada que descubre las cosquillas y se deleita haciendo reír a Enea hasta que él se queda sin aire y se le salen las lágrimas.

“El bosque jamás había oído a nadie reírse, y los escuchó embelesado” (embelesar significa “arrebatar o cautivar los sentidos”… ¡hermosa palabra!).

Un roble, el río, el viento, la ceiba y la noche disfrutaron de aquel concierto de carcajadas que no terminó, pues nadie fue expulsado del paraíso. Aquí se valía ser feliz, gozar, disfrutar.

Maravilloso este cuento, “Cuando floreció la risa”, escrito por nuestra hermana nicaragüense Gioconda Belli, ilustrado por la también hermana uruguaya Alicia Baladán y publicado por Libros del Zorro Rojo.

¡Este Edén sí me gusta! Es más humano.

JDGM