Celebre el Día del Niño con una hormiga y una lechuza
La hormiga se llama Miga y la lechuza, Andaluza.
Ambos personajes -ideales para celebrar mañana el Día del Niño- forman parte de una historia infantil repleta de recomendaciones literarias tendientes a abrir el apetito de lectores de ocho años o más.
Si, una especie de abrebocas para que los infantes se antojen de obras de la literatura universal.
Los hechos tienen lugar en una biblioteca atendida por Andaluza, a donde llega Miga en busca de obras para la hormiga reina, quien se está recuperando de una enfermedad y desea aprovechar el reposo para leer buenos textos.
Es así como ambos personajes emprenden un recorrido por entre estantes, durante el cual la lechuza le brinda a su visitante un resumen de algunas de las obras.
La hormiga escucha por primera vez los títulos y contenidos de la Ilíada y Odisea, del poeta griego Homero. Se entera del caballo de Troya, Caronte (el barquero de la muerte), el cíclope Polifemo y los cantos de sirenas.
También entra en contacto con la Eneida, de Virgilio; la historia de José y sus hermanos en el primer libro de la Biblia, el Génesis; El cantar de Roldán, de Turoldo, y el Cantar de Mio Cid, de autor desconocido.
La lista continúa: la novela caballeresca Tirante el Blanco, de Joanot Martorell y Martí Joan de Galba -el mejor libro del mundo, según don Miguel de Cervantes-; Don Quijote de la Mancha, ¡no podía faltar!, y el poema Las nanas de la cebolla, de Miguel Hernández.
Me abstengo de mencionar todos los libros, de este cuento que compré en la Librería Internacional: La hormiga Miga en la biblioteca, del escritor catalán Emili Teixidor (1932-2012).
Con tantas y tan buenas obras, confío en que la hormiga reina abra en el hormiguero una biblioteca, una librería y un club de lectura, y que organice cada año una feria del libro.
Y ya que estamos hablando de esto, les cuento que para mí los libros son hormigueros pues basta que me acerque a uno para empezar a sentir un hormigueo en el cerebro que solo se calma leyendo.
JDGM
Yo ingresé a primer grado directamente, pues en mis tiempos las escuelas no tenían prekinder, kinder ni preparatoria. Y yo lo único que quería era aprender a leer. Como eso no sucedia con la velocidad que yo necesitaba, pues todos los días llegaba llorando porque no podía leer tantos libros, la mayoría enciclopedias que mi papá tenía en la casa. Mi mamá me empezó a ayudar a reconocer las letras y así poco a poco y con 6 o 7 años empecé a leer todo lo que pasaba por mis manos. Había en mi casa una enciclopedia preciosa ilustrada y aprendí sobre Roma, Grecia, Incas, Aztecas y muchas otras culturas. Los cuentos maravillosos que incluía! No era muy bien visto leer la biblia, pero igual lo hice. Y así es como empieza la vida de una lectora que con 64 años no se detiene. Ahorita tengo 3 libros empezados a cual mas interesante.
Muy linda hisoria. A los miños les encantará saber que en el hormiguero habrá una biblioteca, en la cual, tanto la abeja reina, como su séquito, disfrutarán de emocionantes lecturas.
A mí siempre me gustó leer, desde que aprendí en primer grado, me iba a la biblioteca de la oficina del director a leer, él me permitía, muy amablemente, entrar a leer durante los recreos. Recuerdo haber leído colecciones de cuentos clásicos. De los cuales, el que más me gustaba era Cenicienta. Me imaginaba la angustia de la princesa por no ser descubierta, además, el haberse olvidado de la hora, por lo cual tuvo que correr para que no la vieran convertirse en cenicienta. Por dicha, dejó la zapatilla de cristal perdida, pues así el príncipe pudo encontrarla…Y fueron muy felices…
Como fui una niña algo tímida y triste, me causó una gran impresión la historia de Heidi. Tendría yo como ocho años cuando tomé el libro de la pequeña biblioteca de mi hermano, me lo llevé a mi cama y poco a poco, durante varios días, compartí con la niña huérfana, de Johanna Spyri, su vida, su inocencia, sus tristezas, y la hermosa sensación de libertad en los paisajes de los Alpes.
Por suerte en nuestra casa los libros siempre tuvieron un lugar especial. En aquellos tiempos, las casas tenían bibliotecas como un lugar obligatorio, cosa que hoy por hoy no lo es por cierto.
Hay dos experiencias de lectura de mi niñez que me marcaron para siempre. La primera era un libro titulado “Navegantes y Exploradores”. Mi papá tomó los nombres de cada uno de mis hermanos, honrando a aventureros del mundo de las diferentes épocas. De ahí que mis hermanos se llaman Willem Aart, Elliott Ivalo y Nilsen Dirk!!! El otro libro que siempre lo teníamos en la mesita de la sala se llamada Atlas del Universo! lo teníamos siempre a mano. Cerrábamos los ojos y apuntábamos con el dedo un lugar. Luego buscábamos la descripción del lugar en una la enciclopedia Uteha que teníamos para consulta. Qué épocas más lindas! Todavía guardo el olor de los libros en mi memoria!
Mi memoria me lleva sin lugar a duda a un vivo recuerdo de las obras de Carmen Lyra. Mi abuelo materno desde muy pequeña me inculcó el hábito de la lectura y antes de empezar a leer por mi cuenta recuerdo a mi familia leerme un ejemplar de los Cuentos de mi tía Panchita bastante desgastado por el tiempo, sin portada y con hojas de papel periódico, mi cuento favorito es Uvieta. Siempre lo guardaré en mi memoria. Años más tarde en mi adolescencia mi abuela me regalaría una nueva edición del libro con una emotiva dedicatoria y este año para mi cumpleaños número 34 mi tía me regaló la edición de centenario con una muy buena dedicatoria en tiempos pandémicos. Como deseo poder leer esa conversación de Sancho con Uvieta. Ese Uvieta en parte culpable de mi amor profundo por los libros.
La lectura, es como el calamar gigante que abrazó al Nautilus del Capitán Nemo. No le importa si eres niño y se aprovecha de ello para con tentáculos enormes no soltarte por más que lo intentes. Y una vez habiéndote atenazado te lleva por mundos que son mucho más que ver la Atlântida.. Con una furia paciente, te remolca hacia Andrómeda en el infinito, o hacia la cueva de un brujo llamado Mangas Anchas que es celoso de compartir sus secretos y te puede convertir en rana..Te empuja sobre el frío corriendo junto a Colmillo Blanco, o te traslada a ver de cerca el horrible rostro asesino del indio Joe que salta por una ventana para huir de la horca y mientras huye te mira con ojos de venganza. Ese tentâculo te sacude con tal fuerza que te hace dudar si es buena idea lanzarse al mar envuelto en la falsa mortaja del abate Faria…pensando si es mejor quedarse encerrado allá en el castillo de If o viajar hacia la libertad flotando en un mar inmenso donde más que el peligro de ahogarte, te amenaza con caer de nuevo en los tentáculos de ese calamar de enorme cabeza que puede llevarte a nuevas aventuras que no sabes si puedas soportar. Pero igual, te lanzas!!
Llegué a primer grado con muchas ganas de aprender a leer, fui a kínder pero desde que inicié la maestra le dijo a mi mamá que yo era algo “lenta”, me distraía con cualquier cosa, una mosca pasaba y yo la seguía con la vista y me perdía. En fin llegué a primer grado siendo la única de la clase que no sabía leer, de una vez me marcaron como la lenta, vaga y casi que era seguro que “repetiría el año”. Durante mucho tiempo me esforcé, logré aprender a leer, lo hacía muy despacio eso sí, cuando llegue a segundo grado odiaba que me pidieran que leyera alguna página o cualquier texto, me tocó con otra maestra, Carmen se llamaba, un ángel, ella descubrió que lo que pasaba conmigo era que tenía problemas de la vista, me dieron mis primero y horrorosos anteojos, después de eso me perdí en el mundo de la lectura, no era lenta, ni vaga, ni incapaz, era un poco ciega nada más.
Recuerdo bien que leí Cocorí unas 20 veces después de eso.
Hoy en día no puedo dejar un día sin leer y hasta organizo un club de lectura en mi trabajo.
Ahora yo tengo un hijo de 4 años al que enseñé a leer desde hace casi un año y se le nota que será un ávido lector.