El canto ronco del gallo del vecindario me despierta. A mi lado, Dulcinea del Toboso, aún dormida.

Me siento en el borde de la cama, estiro los brazos y bostezo. “Buenos días, mister Guevarrrra”, me saluda el gringo viejo de Carlos Fuentes.

Toda una Odisea ponerme en pie. Ulises y Penélope me ayudan a levantarme.

Camino hasta el baño y Sherlock Holmes se encarga de cerrar la puerta. “Elemental, amigo Watson”, le dice a su asistente.

Me lavo las manos con ese jabón cremoso y espumoso con que se baña Tieta de Agreste.

Comparto el espejo, mientras me cepillo los dientes, con el Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Luego busco el llavero. No lo encuentro donde habitualmente lo dejo. Las tenía Pinocho, quien jugaba con ellas.

Abro la puerta principal y Juan, el de la carguita de leña me entrega los periódicos en la mano.

Voy a la cocina y preparo el primer café del día. Margarita Debayle derrama un chorrito de sustituto de azúcar en mi jarra y me dice: “está linda la mar, y el viento, lleva esencia sutil de azahar”.

Me siento en la mesa a tomarme el café en compañía de Madame Bovary, quien disfruta de la lectura de unos de los inquilinos de mi biblioteca.

Leer es algo tan cotidiano que pasamos el día en compañía de personajes literarios.

JDGM