Ahí donde lo ven tan serio y acartonado, el señor Estado es medio hippie: posee una larga cabellera que cepilla cada mañana en un espejo literario: el cuento Siete plantas, del escritor y periodista italiano Dino Buzzati (1906-1972).

El relato, publicado por primera vez en 1937, en la revista La Lettura, gira en torno a Giuseppe Corte, un ciudadano que acude a un sanatorio para tratarse una dolencia sencilla, nada del otro mundo.

Allí le asignan una confortable habitación en el séptimo piso. Poco después se entera del curioso método con que en aquel hospital distribuyen a los pacientes…

… en el piso siete los casos leves… en el sexto, los menos graves… en el quinto, las afecciones serias…

Entre menos alta la planta, más crítica la situación de los enfermos.

… en el segundo piso, la gente muy grave y en el primero, los desahuciados.

“Derivaba de ello que los pacientes resultaban divididos en siete progresivas castas”, cuenta esta historia publicada por Nórdicalibros con sobrias ilustraciones a dos tintas del artista español Juan Berrio (1964).

El terror de los enfermos era ser degradado, asignado paulatinamente a una planta inferior hasta tocar fondo.

Tal es la situación que sufre en carne propia Giuseppe Corte, a quien el sistema imperante le serrucha el piso una y otra vez valiéndose de excusas, mentiras, falsas esperanzas de recuperación, promesas y otras argucias.

El protagonista se queja, resiste, defiende y pega el grito al cielo, pero el aparato institucional termina por salirse con la suya: una y otra vez lo doblega y pisotea.

Así, en cuestión de treinta y cuatro páginas, Corte desciende desde la séptima planta hasta la primera.

Cualquiera podría reclamarme el hecho de haber revelado el final de la historia, pero la esencia de este cuento no radica en el desenlace, sino en el contenido de las seis pueriles y cínicas justificaciones que tiene la organización para hundir a quien más bien debía ayudar.

Los invito a leer esta narración y decidir si coinciden o no conmigo en la idea de que Siete plantas es el espejo -más bien, uno de ellos- en el que el Estado cepilla su larga cabellera.

Claro, no todo el aparato estatal se refleja en esta historia que nos acompaña desde hace ochenta y tres años, hay múltiples y valiosas excepciones, pero díganme si no es cierto que hay dependencias que hacen agua, queman demasiado combustible y están embriagadas de ineficiencias.

JDGM