(Primera de tres notas sobre un mismo libro)

Rabia, del escritor, guionista y músico argentino Sergio Bizzio (1956). El protagonista de esta novela de 189 páginas, se mantuvo oculto desde la página 38 hasta la 184.

Reapareció en la 185, tan solo para… No, mejor no se los digo, se los dejo de tarea…

Ese personaje se llama José María pero le dicen solo María. Trabaja como albañil y es el novio de Rosa, la servidora doméstica en la mansión de los esposos Blinder.

Fue en la buhardilla de esa residencia de varios pisos donde se aisló por más de un año, quizá dos, sin que nadie lo supiera, ni siquiera su pareja (aunque a ratos lo sospechaba).

La inquieta marea de la mente no dejaba de bambolear a ese hombre que, aparte de leer algunos libros que sustraía de la biblioteca de la casa, se la pasaba imaginando, suponiendo, sospechando.

Nadaba en fantasías. Buceaba en elucubraciones. Remaba en suspicacias. Lo revolcaban las olas de los temores.

Desde una de las varias líneas telefónicas que tenía la mansión, llamaba a Rosa -quien siempre le preguntaba dónde estaba- tan solo para atormentarla con “escenas” de celos; la sometía a interrogatorios de pareja insegura.

José María era un fantasma que veía fantasmas, un demonio que percibía demonios, un gnomo que descubría gnomos, un ogro que creía ver ogros, un cíclope monstruoso que soñaba con odiseos que quería sacarle su único ojo.

Y claro, como no tenía compañía física no contaba con la ayuda de alguien que lo ayudara a ver otras perspectivas, considerar otras visiones, sopesar otras opiniones.

No disponía de más criterio que del suyo. Se enfrascaba en conversaciones-discusiones que eran producto de sus intuiciones.

Perdón, sí hablaba con otro ser vivo: una rata a la que le fue tomando cariño; a ella le contaba algunos secretos y le daba parte de los alimentos que tomaba del refrigerador por las noches o cuando no había nadie más en la residencia.

En mi opinión, Rabia (publicada en el 2004) es una fábula moderna sobre las posibles secuelas del aislamiento, el encierro, la misantropía, el retraimiento, la soledad extrema, el ostracismo.

No hace falta encerrarse en una buhardilla, una caverna o una ermita para aislarse de los demás. Podemos escondernos dentro de nosotros mismos, esfumarnos en los profundo de nuestro ser, renunciar al contacto humano.

¿Y por qué se ocultó María? Se los contaré en la próxima entrega, que publicaré hoy mismo.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote