Era italiano y se llamaba Giorgio Manganelli, un nombre demasiado largo tomando en cuenta los breves inicios de novelas que escribió. Comparto los comienzos de 10 de ellas:

1. “Generalmente los señores que acuden a esta parada a esperar el tren, mueren en la espera”.

2. “El señor vestido de oscuro, de paso atento y reflexivo, sabe que le siguen”.

3. “Se despierta mucho antes del amanecer, alterado por la convicción de haber realizado un delito”.

4. “Puestos a ser sinceros, este hombre no está haciendo absolutamente nada”.

5. “Con el tiempo, se ha convertido en un apasionado de la espera”.

6. “Aquel hombre encontrará a una mujer de la que no cree estar enamorado, y de la cual teme estar enamorado”.

7. “El arquitecto al que se había confiado unánimemente la tarea de construir la nueva iglesia no es creyente”.

8. “La persona que vive allí, en el tercer piso, no existe”.

9. “Una mujer ha parido una esfera; se trata de un globo de un diámetro de veinte centímetros; el parto ha sido fácil, sin complicaciones”.

10. “Aquel señor es de yeso”.

Esos diez comienzos, más otros noventa, forman parte del libro Centuria, una obra literaria que reúne 100 novelas breves en un total de 199 páginas.

La edición que tengo en casa forma parte de la colección Otra vuelta de tuerca, de la editorial Anagrama, de la cual forman parte también las novelas Tom Ripley, de Patricia Higsmith; El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño, e Historia argentina, de Rodrigo Fresán, entre muchas otras obras.

Soy un lector que disfruta de los textos breves, concisos, al grano; esos escritos que no dan tantos rodeos ni se andan por las ramas, sino que me seducen con un relato armado con pocas, pero bien escogidas, palabras.

De allí que estoy disfrutando de la lectura de este libro, el milagro de leer novelas que apenas ocupan dos páginas y, aún así, queda espacio en los márgenes para anotar preguntas y comentarios personales.

Pero más que celebrar el corto aliento de las historias, gozo del inicio breve de todos ellos. Y es que el sentido de la brevedad de Manganelli no se tradujo en comienzos fáciles, sino en arranques que ponen a pensar al lector y lo retan a leer más.

Sí, porque ¿qué historia puede haber detrás de un señor que es de yeso, un apasionado de la espera, señores que mueren esperando el tren, un arquitecto ateo que va a construir una iglesia o el inquilino inexistente de un tercer piso?

Las entradas de estas 100 novelas-río, como las llamó el propio autor, son abrebocas literarios, aperitivos de la ficción, tentempiés de la imaginación que nos obligan a destapar las ollas y husmear en ellas para saborear las delicias de personajes maníacos y obsesivos… “bichos raros”, podría decir alguien.

En efecto, no es la brevedad por la brevedad, sino una concisión que de entrada obliga a los lectores a abrir las puertas y ventanas de la mente para tratar de conocer y entender (lectura entre líneas) los sinsentidos y absurdos de la vida. Es una brevedad estimulante.

Los inicios de Girogio Manganelli son pequeñas llaves que abren puertas pequeñas pero pesadas. Vale la pena leer a este escritor.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote