Han transcurrido 405 años desde que Miguel de Cervantes publicó la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y algo me dice que el astro rey aún no se ha percatado de la muerte de ese personaje.

La verdad es que no sería de extrañar que así fuera, pues la realidad de la defunción ha de resultarle ajena a una estrella cuya edad ronda los 4.500 millones de años según la revista National Geographic.

A lo largo de los últimos 30 años, por mencionar una cifra aproximada, he visto en muchas ocasiones los rayos solares proyectados sobre el caballero de la triste figura.

No me refiero, por supuesto, a la versión original del personaje literario que recorrió buena parte del territorio español en la grata -aunque a veces latosa- compañía de Sancho Panza.

Se trata, más bien, de réplicas en madera, metal, papel maché, resina y otros materiales que forman parte de mi modesta colección de figuras de don Quijote.

Ese caballero andante está presente en la sala, el comedor, la cocina, el cuarto de televisión, el patio de luz y el estudio de casa.

Lo tengo en esculturas, artesanías, llaveros, abridores, pines, imanes, dibujos y pinturas.

En uno de los cuadros, enmarcado y protegido por un vidrio, el rostro de don Quijote es el mío. Un amigo artista se encargó de hacer ese montaje gráfico para mi cumpleaños 50.

Sobre todos ellos he visto la luz del Sol.

Ambos personajes, caballero y escudero, cabalgan también en un prensa libros metálico y negro ubicado sobre mi escritorio. Fue precisamente sobre ese dúo que observé las pinceladas del astro rey el jueves pasado.

Me encontraba escribiendo en mi computadora cuando descubrí que los rayos de la estrella más grande del sistema solar se habían posado sobre los bordes de don Quijote.

Afortunadamente tenía una cámara fotográfica a mano, por lo que no lo pensé dos veces para congelar esa imagen. Es la foto que acompaña este texto, la cual decidí compartir con ustedes en aras de alimentar la esperanza de que don Quijote sigue vivo.

JDGM