Me refiero al eterno debate que resumo con una pregunta: ¿Cuál es mejor, el libro o la película?

Respeto a quienes se sumergen en esa controversia recurrente, pero a mí esa polémica nunca me ha despertado interés.

Me refiero a las disputas que surgen en torno a las historias literarias que son llevadas al cine y el resultado final de los filmes que son producidos con base en tales relatos.

En mi modesta opinión se trata de dos géneros muy distintos. El lenguaje que habla el cine y el idioma con que se expresa la literatura no son los mismos. Son dos formas de contar tan parecidas como el agua y el aceite.

Tampoco los recursos técnicos, enfoques, manejo del tiempo, desarrollo de los personajes y extensión de los diálogos -por mencionar algunos elementos- son idénticos.

La voz que emana de la pantalla no es comparable con el tono que salta desde las páginas. Un guionista no piensa ni imagina como un escritor, ni viceversa.

Aunque exista una similitud entre ambos, el atardecer que nos muestra una fotografía no es exactamente el mismo que contemplamos en persona.

La tela que pinta el artista sobre un lienzo no es la misma que tejió la araña en las ramas del árbol del jardín. Hay un cierto parecido entre las dos, pero se trata de diversas expresiones.

El plato que el chef prepara en la televisión no sabe igual al que se elabora en casa. Cada quien lo sazona, hornea y presenta a su manera.

La noticia que vemos en la televisión no es una copia exacta de la que leemos en el periódico.

Digo esto porque entre las novelas que tengo haciendo fila para leer este año se encuentra Los puentes de Madison County, del escritor estadounidense Robert James Waller (1939-2017).

Esa historia, publicada en 1992, fue traducida (no copiada) por el sétimo arte en 1995, con la actuación estelar de Meryl Streep y Clint Eastwood, quien la dirigió (quizá por eso es una película romántica pero no cursi, que también son lenguajes diferentes).

Supongo que la mayoría de quienes lean esta nota habrán visto esa producción cinematográfica que cuenta el profundo y breve romance que vivieron una mujer casada italoamericana -quien residía en una granja del condado de Madison, Iowa, en los años 60 del siglo pasado- y un fotógrafo trotamundos.

No sé cuántas veces he visto ese filme, mas nunca he leído el libro (mi ejemplar es de Editorial Navona); pienso hacerlo este año, no para emitir mi criterio sobre si este es superior a la película o al contrario, sino -simple y sencillamente- para disfrutar de un relato literario obra de un escritor de ficción, no de un guionista de cine.

Ya les contaré cómo me fue.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote