Gofio es mi perro, un pequeño Schnauzer que me acompaña desde finales del 2008, en tanto que Flush es el can protagonista del cuento El final, de la escritora Virginia Woolf (1882-1941).

Digo que mi amigo fiel se parece cada vez más a la mascota literaria pues conforme envejece duerme más horas. Así lo hace, por lo general, sobre el sofá de la sala, ese mueble del que debe sentirse su propietario.

Mi enano, como suelo llamarlo, tiene canas en la cabeza y sus ojos dulces acusan el peso y el paso de los años. “Nos estamos haciendo roquillos”, le digo y me da la impresión de que entiende.

Eso sí, contrario a Flush, Gofio no es un anciano que viva en un ambiente donde se convoque a los muertos, se practique el espiritismo y esté siempre presente la palabra médium.

Mi amigo vive rodeado de libros, libretas, máquinas de escribir, cámaras fotográficas, plumas fuente, mochilas, pinochos y quijotes. Aunque una noche de estas, en horas de la madrugada, una mano invisible encendió el ventilador que tengo en el cuarto…

“Por un momento sus pensamientos fueron hacia Reading, la spaniel del señor Partridge, a su primer amor, a sus arrebatos, a la inocencia de la juventud”, escribió Woolf.

En el caso de Gofio, su primer y único amor se llama Luna, una perrita salchicha negra con la que jugaba y retozaba en el estacionamiento de Los cipreses, un condominio ubicado en Colima de Tibás y que abandonamos hace unos cuatro años.

La voz que narra El final se pregunta qué soñaba Flush en sus prolongadas dormilonas. “¿Soñaba con que cazaba conejos en España? ¿Corría por la ladera de una caliente colina?”

Eso mismo me pregunto yo en relación con mi perro. ¿Sueña con las galletas que tanto le gustan? ¿Correrá de nuevo en compañía de Luna? ¿Lo atormentará alguno de los gatos del barrio?

“Luego se puso a dormir roncando, envuelto en el sueño profundo de una vejez feliz”, así dormía Flush, cuyo nombre se traduce como “enjuagar”.

Así también duerme Gofio, ese animal que cada día me enjuaga las preocupaciones.

En el cuento de Virginia Woolf, Flush muere en la penúltima línea. Confío en que a mi enano aún le queden bastantes renglones por delante.

Me gusta la literatura que es como el relato de esta autora británica: que nos acerca no tanto a teorías eruditas, y algunas veces pedantes, sino la que nos arrima a la vida cotidiana.

¡Sumamente mágicas y significativas las narraciones en las que la ficción (Flush) y la realidad (Gofio) corren, ladran y duermen juntos.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote