¡Hay libros que tengo que terminar de leer!
En el camino, de Jack Kerouac (1922-1969) y La carretera, de Cormar McCarthy (1933) son dos de esas novelas literarias que el yo lector no puede, ni debe, dejar a medias. Esa parte de mi personalidad, dichosamente contaminada de Cervantes, Kafka y Calufa, tiene que leer algunas historias desde la primera hasta la última página.
Hacía rato me había sumergido en estos libros de autores estadounidenses, mas sin concluirlos. Con el primero sumaba ya más de tres años de lecturas intermitentes, mientras que con el segundo tenía encuentros esporádicos desde inicios del 2022.
Lo confieso: se me estaba haciendo vicio empezar a masticar obras que no acababa de devorar. Algo así como el comensal que asiste a un almuerzo bufé y se la pasa picando alimentos fríos y calientes, mas sin terminar de servirse un plato fuerte e ingerirlo.
Fue por eso que a finales de marzo pasado me propuse invertir parte del tiempo libre de la reciente Semana Santa en llevar a buen puerto ambas lecturas.
En algún momento escribiré un artículo sobre cada de ellas, pero por ahora me conformo con contarles que el asfalto es el protagonista de ambas historias.
Los personajes de En el camino, un grupo de amigos que a finales de la década de los 40 recorren Estados Unidos de costa a costa a bordo de vehículos destartalados, se desplazan a través de autopistas y ciudades que sirven de escenario para aventuras donde se mezclan sexo, licor, drogas, amor, muerte, dinero, libros, sueños sin cumplir, actitudes destructivas, soledad, miedo, religión, jazz, prejuicios y otros ingredientes de la vida como aventura.
Allí están, entre otros, Sal Paradise, Denver D. Doll, George Shearing, Dorothy y Roy Johnson, Stan, Tim Gray, Babe, Ed Dunkel, Tom Snark y Carlo Marx, para quienes, como dice en la página 275 (de un total de 396) “la carretera es la vida”.

En cambio, los dos personajes de La carretera son un padre y un hijo cuyos nombres no se mencionan en ninguna de las 218 páginas. Ambos caminan sobre una vía llena de bandidos, cadáveres, escombros y desperdicios producto de un cataclismo que destruyó el planeta.
Un carrito de supermercado les sirve para transportar sus pocas pertenencias (ropa, abrigos y alimentos enlatados que en encuentran en casas abandonadas), en tanto que en sus mentes cargan dudas, temores, incertidumbres, dolor, recuerdos, promesas imposibles de cumplir, esperanzas utópicas… “En la carretera no abundan las buenas noticias”, dice en la página 138.
Está claro que los lectores no estamos obligados a terminar de leer absolutamente todos los libros que caen en nuestras manos, pero también no hay duda de que existen obras que no podemos darnos el lujo de abandonarlas y olvidarlas.
Había, en el fondo de mi conciencia editorial, una voz que me invitaba y desafiaba a leer hasta la última palabra de En el camino y La carretera. Me alegra haber atendido ese llamado, pues ambas novelas tienen que ver con uno de mis temas favoritos: la vida con toda y su carga de dilemas, enigmas, conflictos y contradicciones.
Ninguna de estas historias disfraza o maquilla la existencia. Tampoco hay azúcar o miel que endulcen los sabores amargos, ni papel aluminio o tapas que oculten la crudeza de la realidad.
Valió la pena transitar sobre el asfalto áspero y caliente de estos dos libros que nos ayudan a reflexionar sobre qué es verdaderamente eso que llamamos vida.
He leído muchas declaraciones de autores literarios que afirman que se escribe para hacer más llevadero un mundo cruel y complejo. En el camino y La carretera tiran por el suelo esa idea, pues sus escritores no perdieron el tiempo dorándonos la píldora.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote