¿Que si recuerdo qué hice entre el 26 y el 30 de diciembre de 1994?

¡Claro que sí! Imposible olvidar que durante esos cinco días de hace 28 años me inauguré en la lectura de una de mis novelas favoritas: Rayuela, del escritor franco-argentino Julio Cortázar (1914-1984).

Es más, tengo presente el lugar en donde leí ese libro publicado por primera vez el 28 de junio de 1963.

Devoré la mayoría de las 598 páginas acostado en una hamaca atada a dos columnas del Chalet Bautista, una casa de descanso que mis padres alquilaron en El Roble de Puntarenas.

En ese sitio, escuchando las olas del mar y sintiendo la brisa de la costa, me sumergí en un ejemplar que fue publicado en febrero de 1994 para conmemorar el décimo aniversario de la muerte de Cortázar.

Apenas hice unas cuantas pausas en mi lectura para desayunar, almorzar y cenar, y jugar algunas partidas de dominó decimal (una modalidad de este juego de mesa en el que se suman puntos) o bañarme en una pileta a la que llamábamos piscina.

¿Qué fue lo que más me impresionó de aquella lejana lectura? La enorme e ingeniosa cantidad de sorpresas que descubrí en sus páginas.

Y es que “Julito”, como lo llama un buen amigo argentino con quien he compartido vinos y lecturas, era un maestro en el arte de desconcertar a los lectores, sacarlos de la rutina, darles una bofetada con su mano de palabras.

En mi primera lectura de Rayuela tropecé con bromas, chistes, burlas, textos que hay que leer de renglón de por medio, extractos de poemas, canciones, libros y notas de periódicos que rompen con la narración tradicional.

Una maravilla el capítulo 68, escrito de principio a fin en glíglico, un lenguaje erótico inventado por Cortázar. Reproduzco el inicio: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clésimo y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes…”.

Tal y como explica Wikipedia, el relato pone en juego (yo prefiero decir: desafía) la subjetividad del lector y tiene múltiples finales. No podría ser de otra manera con una historia que comienza y concluye donde al lector se le antoje (el autor sugiere tres posibles rutas; la última de ellas: leer en el orden que a uno le dé la gana).

Sí, es una novela-juego, en la que la vista salta de capítulo en capítulo sobre una rayuela que representa a la vida.

Rayuela es una excelente opción para lectores cansados de leer textos adictos a las estructuras tradicionales.

Aún recuerdo y saboreo la primera vez que recorrí las calles de París y Buenos Aires de la mano de los protagonistas de esta novela: Horacio Oliveira y La Maga. Aún me veo en aquella hamaca… sorprendido, extasiado, exultante.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote