Todo era de grafito en aquellas lejanas tierras.

De grafito las casas, calles, aceras, parques, postes de alumbrado público, hidrantes, pulperías, librerías, carnicerías, consultorios médicos y también las escuelas y los templos.

Bueno, en realidad había solo una capilla pues los fundadores de la comarca habían decidido evitarle a los habitantes (las familias Mongol, Faber Castell, Staedtler, Gacela, Prismacolor, Lyra y otras) el desgaste de enfrascarse en distinciones y divisiones por motivos religiosos. Un debate que por lo general aporta más virutas que apuntes constructivos.

De ese material negro y lustroso estaban hechos también las aves, gatos, perros, vacas, cabras, conejos, caballos, ranas, sapos, roedores, ¡todos!

Igual las flores, árboles, arbustos, matas, zacate, hierba monte. Y claro, todas las frutas tenían el inconfundible sabor del carbón cristalizado.

El reino del grafito era una inmensa hoja blanca sobre la cual los seres vivos dejaban los trazos de sus existencias.

Uno de los personajes más queridos y emblemáticos de esos lares era la bruja llamada Borrón y Cuenta Nueva, quien no volaba sobre una escoba, sino sobre un lápiz mágico.

Mágico porque cada vez que alzaba vuelo, el lápiz dibujaba a la hechicera. En efecto, aquella mujer que vivía rodeada de polvos, pociones y gatos misteriosos, nació, creció y se desarrolló a partir de las líneas, contornos y sombras del grafito.

Fue ese instrumento de dibujo el que esbozó y definió los rasgos de la bruja: nariz ganchuda, un lunar como un frijol en la mejilla derecha, espalda jorobada, abundante y despeinada cabellera, ojos de tizón, piernas como varillas de paraguas.

Aún así, no espantaba. Borrón y Cuenta Nueva era buena, generosa, amistosa, siempre dispuesta a usar sus poderes para ayudar a los demás.

Si veía a alguien hambriento, le daba pan. Cuando conocía a una persona sin techo, le proveía una casa. Proveedora también de medicamentos, empleos, ropa y todo aquello que sus prójimos necesitaran.

–¿Y por qué no nos ha regalado una biblioteca?, le preguntó un niño que quería aprender a leer.

–Es cierto, nunca se me había ocurrido. ¿Cómo no había pensado en ello? Le voy a pedir al lápiz que, dado que yo ya estoy completa, se dedique ahora a escribir libros para la biblioteca pública.

Día y noche, y durante todo un año, el lápiz se dedicó a escribir cuentos, novelas, poemas, obras de teatro, textos de historia, biográficos, filosóficos, ecológicos y manuales médicos, gastronómicos y deportivos. En fin, los habitantes del reino de grafito llegaron a tener una biblioteca mucho más completa que la de Alejandría.

El día de la inauguración todo el pueblo acudió a la ceremonia, pero la bruja nada que aparecía. La esperaron una, dos, cuatro, ocho, doce horas para que cortara la cinta, mas nunca llegó.

Dicen las malas lenguas, pero a mí no me consta, que el lápiz quedó tan acelerado, hiperactivo, tras un año de intensa actividad, que en cuanto se quedó sin grafito echó mano al borrador y de manera accidental hizo desaparecer a Borrón y Cuenta Nueva.

Lo único que quedó de ella fueron sus buenas obras y los millones de libros que le heredó al reino de grafito.

Debe ser por esa razón que cada vez que abro un libro escucho el eco de la risa de la bruja mientras volaba sobre su lápiz mágico.

JDGM

(Relato dedicado a mi padre David, mi madre Elizabeth y mis hermanos Frank, Alejandro y Ricardo, gracias a quienes disfruté de una infancia feliz y llena de excelentes recuerdos).