El poeta mexicano José Emilio Pacheco (1939-2014), Premio Miguel de Cervantes 2010, escribió un poema de dos estrofas y once líneas sobre un pájaro.

¿Un zorzal? ¿Una golondrina? ¿Un gorrión? ¿Una oropéndola? ¿Un carpintero? ¿Una urraca? ¿Un cuervo? ¿Una viuda? No lo sabemos. No lo dice. Lo importante es que se trata de un ave.

Cuenta el autor de El principio del placer, El reposo del fuego y La última ciudad, entre muchas otras obras, que nadie en casa sabe qué busca ese ovíparo.

No se trata de comida, pues siempre rechaza el alimento que se le ofrece: migajas. Me pregunto, mientras leo ese poema, ¿por qué no le ponen también frutas o algunas semillas? Mi madre, Elizabeth, le prepararía almíbar y se lo serviría en un bebedero.

Tampoco llega a aparearse, pues todo el tiempo anda solo… Me digo yo: a lo mejor sí se aparea, pero es discreto, tiene sentido del pudor y no tiene el hábito de divulgar su vida privada en las redes sociales.

O quizá es un pájaro viudo. O tal vez prefiere la soledad. O a lo mejor prefiere la compañía de la lluvia, el viento, la luz del sol, el árbol.

José Emilio Pacheco no menciona nada, absolutamente nada, en torno a la posibilidad de que sea un ave en busca de materia prima para tejer un nido.

Tampoco dice si ese individuo alado y con pico llega a su casa en busca de refugio y protección contra los gatos que acechan en los techos de zinc.

Lo que sí nos cuenta el poeta es que el pájaro llega todas las tardes a las tres y cinco.

Tal vez por la simple inercia de contemplarnos / siempre sentados a la mesa a una misma hora, / poco a poco se ha vuelto como nosotros / animalito de costumbres.

Estoy tan lleno de hábitos, rutinas, modos, prácticas, rituales, tradiciones, mañas y reiteraciones que me pregunto -cada vez que leo ese poema- si no habré sido yo ese pájaro que llegaba todas las tardes, a las tres y cinco, a la casa del poeta.

Algo me dice que sí…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote