Aprender a leer es adquirir el derecho a viajar sobre los rieles de la palabra y los durmientes de la literatura.

Cultivar el hábito de la lectura nos ayuda a descarrilar la ignorancia.

Pagar una novela en la caja de una librería equivale a acercarse a la ventanilla de una estación de tren y comprar un boleto.

Abrir un libro y empezar a leerlo es como abordar el vagón de un ferrocarril en el que haremos una travesía insospechada.

Cada libro que terminamos de leer es un coche que se le agrega al convoy ferrocarril de la lectura.

Viajar en compañía de don Quijote y Dulcinea, y Sancho y Teresa, no tiene precio y, además, es una experiencia única.

De tanto leer, a Alonso Quijano se le descarriló la cordura.

La imaginación es la máquina que arrastra los coches que van desde la a hasta la zeta. De poco sirve descifrar si no se complementa con el fantasear.

Un libro es luz en medio del túnel de la vida.

El mejor tren bala que conozco es el pensamiento que surge de la lectura.

Cada vez que el sueño me ataca mientras leo, y las palabras empiezan a balancearse ante mis ojos, recuerdo el bamboleo de los viejos trenes de Costa Rica. Entonces cierro el libro y me dejo arrullar por la sinfonía de hierro y madera.

Ningún vagón se mueve tan sabroso como el de la literatura erótica…

Por más duro que sea un concepto difícil de entender, lo coloco sobre el riel de la lectura y el ferrocarril editorial lo aplana y ablanda.

Hay textos tan “peligrosos” que los censores e inquisidores modernos hacen sonar repetidas veces la pitoreta de la advertencia y el riesgo… feliz de la vida me dejo atropellar por esos trenes de papel y tinta.

Asistir a una feria del libro y entrar en contacto con obras literarias de autores de muchos países, es como viajar en muchos ferrocarriles.

En un tren, el pasajero abre la ventana; en un libro, el lector abre la mente.

Quien lee despacio, viaja en un tren de vapor; quien lo hace a media máquina, se desplaza en un ferrocarril de diesel, y quien corre sobre las líneas de las hojas, conoce el vértigo de un tren bala.

¡Viajar en un tren lleno de cronopios equivale a dejar las famas en la estación y compartir el asiento con las esperanzas!

Si descubre un insecto en el vagón en que viaja, no lo aplaste… podría ser Gregorio Samsa.

Este tipo de pensamientos abordaron el coche de mi imaginación el martes pasado, cuando viajé por primera vez en el nuevo tren San José-Cartago, Cartago-San José.

No fue casual que así sucediera, pues las paredes de los vagones de ese ferrocarril están decoradas con textos literarios (de autores costarricenses y extranjeros) que invitan a los pasajeros a hacer dos viajes: uno sobre rieles y durmientes, y otro sobre papel y tinta.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote