Uno de los artículos del libro Cuando te dejan, del periodista español Joaquín Luna, me hizo recordar algunos episodios de mi vida en los que algunas personas bienintencionadas se han esmerado por ayudar a Cupido en la difícil tarea de emparejarme con serias intenciones matrimoniales.

Cupido, como se sabe, es el dios del deseo amoroso en la mitología romana. Se dice que es hijo de Venus, la diosa del amor, y de Marte, el dios de la guerra. ¡Vaya pareja!

Dice Luna, columnista del periódico La Vanguardia, que quienes “valoran la vida sin pareja y no la consideran un accidente sino una opción vital estupenda se enfrentan a menudo a operaciones de salvamento y rescate”.

¿En qué consisten esos operativos? En organizar cenas en las que se invita a un hombre y una mujer con el objetivo de que subsanen “la anomalía” de la soledad.

Sospecha el periodista que en el fondo de esos esfuerzos se esconde el deseo de que los solterones se comprometan como lo han hecho muchos.

Disfruté y reí montones mientras leía ese artículo, pues, como ya dije, me ayudó a evocar algunos encuentros organizados para que yo pasara a formar parte de lo que muchos llaman “la vida seria”.

Permítanme hacer un paréntesis para contarles de una exnovia que una vez me dijo: “Usted debería hablar con un psicólogo porque eso de no querer casarse es una enfermedad, no está bien”. De inmediato, me entregó la tarjeta de presentación de un especialista en ese tipo de “anomalías”.

Que yo recuerde, a lo largo de mi vida he asistido a por lo menos cinco cenas en las que me han presentado a igual cantidad de mujeres con el mal disimulado propósito de que este prójimo se emparejara y dejara de ir por la vida como un pizote solo.

El colmo de los colmos tuvo lugar la ya lejana ocasión en que una muchacha echó mano a su amistad una relacionista pública para que esta la ayudara a organizar un “inocente” paseo mío a su quinta en el campo. La labor resultó infructuosa, a pesar de que la ayudante de Cupido insistiera en decirme que aquella chica tenía piscina y jacuzzi en su casa. No sabía yo que ese dios romano también nadaba…

¿Por qué ese afán de querer meternos a todos en el mismo saco? ¿Por qué esa incomodidad con quienes no consideramos a la soltería un accidente o un padecimiento crónico? ¿De dónde esa idea de que todo Adán debe tener una Eva?

Algunas amigas también afiliadas al Club de la Soltería Empedernida me han contado episodios similares por los que han pasado. Una de ellas, ante la impertinente y recurrente pregunta de por qué una muchacha tan bonita e inteligente no se había casado, respondió: “Porque soltera tengo acceso a buen sexo”.

“Una mujer cristiana no vive sola. Es un mal testimonio”, tuvo que escuchar otra de mis amigas en una de esas operaciones de salvamento y rescate.

Demasiada insistencia con operativos que no siempre han terminado bien y en muchos casos desembocan en enemistades. Y es que así como quien se mete a redentor acaba crucificado, quien se mete a Cupido puede terminar herido con sus propias flechas.

Con este tema se corre el riesgo de no parar, seguir escribiendo hasta el cansancio; por eso, mejor paro aquí y reitero el título de estas líneas: “Mandamiento 11: Absténgase de ayudar a Cupido”.

Sí, enfóquese en su vida y deje que los demás se hagan cargo de las suyas. Es, a final de cuentas, un asunto de respeto a las decisiones y estilos de vida ajenos.

Agrego el mandamiento 12: lea al periodista Joaquín Luna, un tipo con un exquisito sentido del humor (más que del amor).

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote