Es decir, la cotidiana. La del entorno. La que nos hace escuchar el molino, contemplar el crepúsculo, saborear los higos.

La que tenemos al alcance de la mano. La que está poblada de grillos y cigarras, limoneros y naranjos.

Esa que nos acerca al susurro de las hojas, el olor de la hierba, las mariposas y las amapolas.

Versos que nos hablan de arcoíris, sol, luna y neblina, y nos dejan en el gusto las huellas del café, el coñac, el vino.

Estrofas cargadas de humanidad: fe rota, decepciones, tiempo perdido, sueños, amores fugaces, placer, conflictos.

Líneas que nos recuerdan que la noche es un libro abierto, un gato en celo, una vela encendida, una estufa que aún despide calor.

Un lápiz de luciérnagas que en alguna pizarra de la memoria escribe, para que lo tengamos presente, que la vida también es camino, amor, odio.

La poesía que mora en libros cuyas hojas huelen a ropa seca, escritorios de madera, gargantas de tierra que se tragan las semillas.

Páginas en las que se queman hojas secas, se saca a pasear al perro, se aspiran los perfumes del jardín.

Donde se sueña vivir junto al mar, oler el sudor del mar, hacerle preguntas al mar, descubrir sus fragancias en las sábanas.

Versos color tomate, calabaza, chile seco, trenza de ajos, guisantes, lechugas, flores marchitas. Día de compras en el mercado.

Unos cuantos renglones dedicados a las luces de Navidad, los senos de una mujer y las pequeñas cosas que nos hacían felices.

Textos que uno abre y es como destapar un frasco de vidrio con aceitunas, escabeche, vinagre.

Vocablos que despiden el olor del tomillo, el romero, los arándanos, las hojas de los durazneros.

Allí están también el hambre, el silencio, la soledad, el enamoramiento, las promesas, lo que lamentamos haber dejado atrás.

Y las ventanas, también las ventanas.

Poemas de lo cotidiano, como los cuarenta y uno que habitan en el libro Una vida de pueblo, de la escritora estadounidense Louise Glück (1943), premio Nobel de Literatura 2020.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote