Escrito por Vanessa Hernández (*)

¡Mi árbol de mango es un torno!

No, no, no, no… ¡mi árbol de mango es un REINO!

Yo soy la reina, sentada en en el centro del “Salón de las Ramas”, adornada con una corona de ramitas quebradas y con joyas de curitas de colores en los múltiples raspones que me dejaba el acto de treparme a su frondosa copa.

Mi dama de compañía es una yigüirra, que me canta canciones maravillosas, cada una única, creada especialmente para mí.

Mis súbditos son las hojitas verdes y alargadas, que se mueven y me saludan inclinándose emocionadas con la brisa de la mañana.

¡Mi árbol de mango es mi amigo!

No, no, no, no… mi árbol de mango es mi HERMANO!

Me recibe con sus ramas abiertas siempre que llego a saludarlo y me alimenta con sus frutos jugosos que, al morderlos, hacen que corra su néctar por mis brazos, cual sangre por mis venas.

Como un hermano escucha mis secretos y no se los cuenta a nadie; ni siquiera al viento; cuando estoy triste me abraza con brazos rugosos, y llora salva con mi llanto.

¡Mi árbol de mango es una joya!

No, no, no, no… ¡mi árbol de mango es un TESORO!

En el joyero de sus ramas guarda las perlas de mis sonrisas, los zafiros de mis lágrimas, los diamantes de mis sueños y mi sangre rubí.

Sus hojas son abundantes esmeraldas, sus frutos ámbar milenario, su tronco ágata multicolor, su valor ¡incalculable!

¡Mi árbol de mango es un libro!

No, no, no, no… ¡mi árbol de mango es ENCICLOPEDIA!

Sus raíces están clavadas firmemente en la sabiduría de la madre tierra, a quien le escucha el corazón desde adentro.

Su tronco tiene frases y palabras, algunas invisibles, susurradas por mí; otras cicatrices escritas con una punta afilada mientras él soportaba el daño con tal de conocer mis pensamientos.

Guarda memorias incontables de las criaturas que lo habitan, grandes y pequeñas: algunas inmóviles como el musgo en el lado norte; otras pasajeras, como el pájaro bobo que picotea una fruta y otra y otra sim terminar ninguna, causando su desesperación.

Mi árbol de mango es recuerdo…

No logro pensar en algo más maravilloso que eso, pues me llena el alma de infancia, risas y paz.

(*) Vanessa Hernández, quien nos envió este texto, es lectora de Don Librote.