Mejor dicho, un libro compuesto por obras de muy diversos géneros literarios.

A veces mi viejo era poesía. Todo inspiración cuando contemplaba las puestas de Sol, las noches estrelladas, la Luna llena, un campo cultivado por manos campesinas, una orquídea floreada, un árbol vestido de musgo, lianas y nidos, un tucán en pleno vuelo…

Había días en los que era una antología de partituras. Entonces sacaba el acordeón marca Hohner, ese viejo amigo de cajas armónicas y teclas, se sentaba en el sofá de la sala y llenaba de música cada rincón de la casa. Las arañas bailaban, los grillos frotaban sus alas y mi madre cantaba.

También era un texto de historia. Lo apasionaban las crónicas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los emperadores romanos, la campaña contra los filibusteros, la vida de Alejandro Magno, los escritos de los judíos Flavio Josefo y Heródoto, el ateniense Tucídides, los discursos y dilemas de Winston Churchill y la vida del político colombiano Jorge Eliécer Gaitán (asesinado el 9 de abril de 1948), cuyos discursos titulados “Yo no soy un hombre, soy un pueblo” no se cansaba de escuchar y celebrar.

Muchos días fue biografía. Nos contaba, en familia, episodios de su vida: luchas, sueños, sacrificios, travesuras, errores, ausencias, desafíos, necesidades, limitaciones, empresas, temores, preocupaciones, soledades … siempre, lo que se dice SIEMPRE, con gratitud y sentido del humor; sin quejas, lamentos, reproches, resentimientos, odios ni deseos de venganza. Mi tata era un libro con un corazón enorme que palpitaba alegría, satisfacción, plenitud, paz; uno siempre leía en él el lado bueno, positivo, optimista, de cualquier situación.

Por largos, largos años, fue un profundo volumen de teología. Un estudioso apasionado, serio, reflexivo, sensato, riguroso, minucioso, reposado, prudente, moderado y aplomado de la Biblia. Un hombre espiritual, compasivo, bondadoso, comprensivo, empático, siempre dispuesto a tenderle una mano al necesitado y procurando ver a los seres humanos a través de la óptica de Jesús en vez de la visión de los fariseos.

David Guevara Arguedas fue también una versión moderna del Quijote, no tanto por lo flaco sino porque enfrentó a los gigantes de la vida con honestidad, transparencia, integridad, dignidad, coraje, sentido de la justicia, pragmatismo y una enorme fe en Dios. Mi padre no tuvo un Rocinante, pero sí una Cabita, la yegua con que recorría diversos rincones de San Ramón en la década de los años sesenta del siglo pasado. Asimismo, tuvo la fortuna y bendición de ser amado no por una Dulcinea platónica sino por una Elizabeth real (¡mi madre!).

Un texto académico. También lo fue, pues disfrutaba plenamente enseñando, compartiendo sus conocimientos, debatiendo (no para ganar, sino para aprender). Era un MAESTRO generoso, responsable, comprometido y modesto.

Papá fue, además, libro de cuentos (los que nos leía o contaba en la infancia), novela (las muchas que leyó, disfrutó y nos comentaba), guion de teatro (solo que él no interpretaba papeles; era auténtico) y compendio de ensayos (las lecciones de vida que compartió con su ejemplo).

Sí, mi tata era un libro. Un libro que sabía escuchar, guardar silencio y prestar atención, cerrar los labios y abrir el corazón. Un libro que lo leía a uno con mayor profundidad de que lo que uno lo leía a él.

Este libro, publicado el 31 de agosto de 1938, exhaló el pasado 16 de julio el punto final de su paso por el anaquel de este mundo; de inmediato trascendió, voló, a una biblioteca llena de paz donde empezó a escribir una nueva y maravillosa historia.

Papá era un libro y yo tuve el honor, el privilegio y el gozo de leerlo. Seguiré leyéndolo en las páginas de la memoria.

JDGM