Rayuela, de Julio Cortázar (1914-1984), publicada en 1963. La bastarda, de Violette Leduc (1907-1972), lanzada al mercado editorial en 1964. La primera de ellas la leí en diciembre de 1994, en tanto que en la segunda, con prólogo de la filósofa, escritora y feminista Simone de Beauvoir, estoy sumergido desde hace una semana.

Dos novelas diferentes, pero a las que este lector travieso -que tiene el hábito de revisar debajo de las alfombras literarias- les encontró varios elementos en común meramente casuales; es decir, detalles que no dan como para aventurar hipótesis o embarcarse en análisis, pues no pasan de un simple divertimento personal, una anecdótica coincidencia.

Primero, ambas están ambientadas en París, Francia.

Lo sé, lo mismo podría decirse de otras obras, entre ellas, Nuestra señora de París, de Victor Hugo, y Gargantúa y Pantagruel (al menos en algunos de sus pasajes), de François Rabelais. Sin embargo, estas obras pintan la Ciudad luz de los siglos XV y XVI, en tanto que las dos primeras nos trasladan a la urbe de los años 1900.

Segundo, tanto en la historia de Cortázar como en la de Leduc, se busca a una mujer.

“¿Encontraría a la Maga?”, marca el inicio de Rayuela, ese relato en el que Horacio Oliveira busca a Lucía, “esa mujer despeinada que nadaba en ríos metafísicos. “¿Dónde estaba Hermine?”, se pregunta la propia Violette Leduc en la página 264 de La bastarda, texto autiobiográfico en el que amor entre mujeres ocupa un lugar importante.

Tercero, el jazz es la música que ameniza las páginas de ambos libros.

598 páginas en mi edición de Rayuela (Alfaguara, 1997) y 501 folios en el ejemplar de La bastarda (Capitán Swing, 2020). Eso sí, salta a la vista, al leer estas novelas, que Cortázar era todo un erudito, un apasionado, de ese género derivado de ritmos y melodías afronorteamericanos.

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Cuarto, el amor es tema vital en ambos relatos.

“Pero el amor, esa palabra”, comienza el capítulo 93 de Rayuela. En la página 220 de La bastarda: “el amor, siempre el amor”. Oliveira y Violette, dos enamorados incorregibles, atormentados.

Quinto, la boca (manjar del rostro) es relevante en las dos novelas.

“Toco tu boca, on un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano…” (capítulo 7 de Rayuela), un poema a la sensualidad. “¿En qué pienso? En su boca” (página 259 de La bastarda, el lamento de una amante desgarrada).

Sexto, juegos de palabras.

Es memorable y delicioso el gíglico (lenguaje musical que se interpreta como un juego entre enamorados) del capítulo 68 de Rayuela: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clésimo y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes…”. En La bastarda hay páginas completas, 191-193, sin signos de puntuación (¡al mejor estilo del escritor portugués José Saramago!), y sorpresas como “No, n-o me, esperes, m-e e-s-p-e-r-e-s” (página 261).

Sétimo, los gatos.

Hay gatos en la novela de Cortázar, animales que maravillaban a la Maga al recorrer las calles de París, “siempre inevitablemente los minouche morrongos miaumiau kitten kat chat cat gatto grises y blancos y negros y de albañal…”. Están presentes también en la historia de Leduc, “El gatito, tu tesoro, la consolación que trajiste a Avallon cuando viajábamos por Morvan… Maulló hasta el amanecer en el cuarto del hotel. La bestezuela desolada…”.

¿Verdad que París bien vale dos novelas y un divertimento como el que usted acaba de leer?

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote