Me refiero a los cuatro ferrocarriles que decoran el librero que tengo en el comedor. Tres de ellos son de madera, uno barnizado, otro pintado con colores de juguete infantil y el tercero sin una gota de pintura, la madera al natural., y uno de plástico, el más pequeño de todos.

El barnizado me lo regaló mi hermano menor, Ricardo, para uno de mis cumpleaños; los otros los he comprado a lo largo de los últimos veinte años.

No es casual que descansen sobre los rieles y durmientes imaginarios de ese mueble acicalado también con varios libros en miniatura, réplicas de máquinas de escribir, dos veleros y dos quijotes.

Forman parte de ese espacio por varias razones:

Primera. Los libros son mis trenes favoritos. A bordo de sus vagones de papel y tinta he realizado muchos viajes, y tengo muchos más por delante.

Segunda. Cuando mi ánimo se descarrila, las historias escritas me levantan, me colocan de nuevo en mi lugar y me ponen en marcha.

Tercera. Tengo obras editoriales que leo a velocidad de ferrocarril alimentado con carbón; otras que devoro a ritmo de tren que funciona con diesel, y algunas que fluyen como serpiente eléctrica.

Cuarta. Hay índices tan completos que me ayudan a evocar los viejos tiquetes de los trenes al Pacífico o al Atlántico: tiras de papel cargadas con nombres de pueblos que olían a marañón, patí, gallina arreglada, pan bon y otros manjares.

Quinta. Leer pasajes llenos de hermosas descripciones es como observar el paisaje a través de la ventanilla bamboleante de algún coche.

Sexta. Nada mejor que transitar por los túneles de la vida en compañía de un buen libro.

Séptima. Los textos son como los vagones: nos ponen en contacto con muchas personas interesantes.

Octava. Al iguales que los ferrocarriles, hay libros destartalados, pero también los hay modernos. Cada uno de ellos tiene su encanto.

Novena. Libros y trenes son peligrosos…

Décima. Me puede dejar el tren, pero los textos jamás.

Puedo seguir agregando vagones de palabras, pero prefiero bajarme justo en esta estación pues tengo que preparar mi cena con la ayuda de un elemento sumamente ferroviario: el vapor.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote