Primero una anécdota…

Hará cosa de hace unos 15 años que una amiga comenzó a buscar un apartamento en alquiler con la intención de salir de la casa de sus padres, independizarse.

Los fines de semana viajaba en su carro de uno a otro barrio, de una a otra urbanización, de uno a otro condominio y de una a otra provincia de la GAM.

Contar con un espacio bonito y confortable, al cual amueblar poco a poco con sus ahorros y salario, y en el cual madurar en materia de asumir responsabilidades, era su meta primordial en el corto plazo.

Ocasionalmente me llamaba por teléfono y me informaba con entusiasmo sobre los avances de su proyecto, y me pedía opinión en torno a las diversas opciones.

Alguna vez la acompañé a ver uno o dos de los apartamentos que estaba valorando; era evidente que estaba más contenta que niño en Navidad.

Una noche me llamó para decirme que estaba un poco desanimada, pues luego de contarle a sus progenitores detalles de su plan, la madre sentenció: “Una mujer decente no vive sola”.

El fin de semana pasado volví a encontrarme con esa expresión mientras leía la novela Volver, de la estadounidense Toni Morrison (1931-2019), premio Nobel de Literatura en 1993.

“Las mujeres decentes, decía, parían en casa, en una cama y atendidas por mujeres buenas y cristianas que sabían lo que había que hacer”, se lee en la página 52 de la edición publicada por Lumen.

Ahorita les revelo las 15 palabras que complementan esa oración…

¡Siempre me ha chocado ese afán de dividir al mundo entre buenos y malos, honrados y corruptos, puros e impuros, ciudadanos ejemplares y vendepatrias, decentes e indecentes! Maniqueísmo en su máxima (y burda) expresión.

Como si la vida fuera tan sencilla y se limitara a blanco o negro, agua o aceite, azúcar o sal, frío o calor, policía o ladrón, indio o vaquero, ruido o silencio.

El ser humano es tan complejo, laberíntico, enigmático, embrollado, misterioso y diverso que pretender encasillarlo y limitarlo en definiciones tan pueriles es un acto de lesa injusticia y arrogancia.

¿Quién tiene la primera y la última palabra en torno a la decencia, moral, ética, decoro, recato y pudor de los demás? En mi modesta opinión, basada en mi incompleta experiencia de vida y de lector, arrogarse tal función es propio de charlatanes.

Por eso no tengo una respuesta, ¡ni siquiera media!, para la pregunta planteada en el título de este artículo. Pecaría de soberbia (altivez y envanecimiento) si incurriera en la temeridad de ensayar una fórmula o definición de lo que es una mujer o un hombre decente.

Lo digo abiertamente: me irrita la costumbre que tienen algunas personas de juzgar, señalar, condenar o etiquetar a sus semejantes entre ángeles y diablos. ¿Qué ganan con eso? ¿Qué pretenden? ¿Calmar sus conciencias sintiéndose parte de los inmaculados?

Como dijo Jesús: “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra”. Versión moderna: “El que sea cien por ciento puro, que divida a los seres humanos entre buenos y malos”.

“Solo las mujeres de la calle, las prostitutas, iban al hospital cuando se quedaban embarazadas”… he aquí las 15 palabras que les debía.

Decentes las mujeres que parían en casa; indecentes, las prostitutas que lo hacían en el hospital… ¿Lo ven? ¿Se dan cuenta? Una división tan absurda e injusta como cualquier otra.

¿Qué es una mujer decente? No se ni me interesa saberlo; lo que realmente me importa es el valor intrínseco que tiene TODO ser humano.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote