No se trata de la luz que el Diccionario de la Real Academia Española define, en su primera acepción, como “agente físico que hace visibles los objetos”.

Tampoco de la “claridad que irradian los cuerpos en combustión, ignición o incadescencia”, de acuerdo con el segundo significado.

Mucho menos de la corriente eléctrica.

Se trata de una iluminación más profunda, íntima, espiritual. Es el resplandor que arrojan las palabras y que nos permiten ver mejor, con más claridad, en medio de un entorno muchas veces sombrío.

Leer es encender focos y bombillas, activar faros y lámparas, prender las velas de candelas y mecheros, para aclarar el panorama, ampliar horizontes, considerar perspectivas que no estábamos viendo o recodos que por lo general escapan a nuestro ángulo de visión.

Una vocal es luciérnaga; una consonante, chispa, y un signo de puntuación, el último suspiro de una estrella fugaz que alumbra la caverna de nuestras ideas, pensamientos y análisis.

Don Quijote es lámpara que nos ayuda a percatarnos de que muchos de los gigantes que nos agobian no son reales, sino producto de la imaginación y la fantasía, en tanto que Sancho Panza es linterna que nos hace ver la necesidad de contar a veces con una voz amiga que nos permita asomarnos a otras facetas.

El Dr. Jekyll y Mr. Hyde forman parte de un mismo candil que nos recuerda que no somos cien por ciento buenos o totalmente malos, sino que ambas fuerzas forman parte de una naturaleza humana en la que nada es blanco o negro, pues estamos llenos de colores, tonos y matices.

Polifemo, el cíclope, es antorcha que nos muestra los riesgos y peligros de una visión limitada que se enfoca solo en una cara de la moneda en vez de observar anverso, reverso, canto, año, grafía, valor, peso y efigie.

Adán y Eva y su obsesión por el fruto prohibido son la luz amarilla de un semáforo que nos alerta sobre el afán de querer tenerlo absolutamente todo en lugar de disfrutar lo mucho de que disponemos. Asimismo, son brasas que advierten sobre los incendios que producen el fuego de la libertad y el combustible de las prohibiciones.

La vida es un viaje lleno de aventuras y sorpresas en el que nada garantiza la meticulosa planificación de itinerarios, rutas, escalas y tiempos, nos dice la cerilla recién encendida de Los viajes de Gulliver.

Santiago, el pescador protagonista de El viejo y el mar es algo así como un encendedor de gas que no cesa de decirnos con su fulgor que un día se gana y al siguiente se pierde, hoy se celebra y mañana se llora, el lunes pescamos un marlin gigante y el martes lo devoran los tiburones.

Y Tío Conejo, el de los Cuentos de mi tía Panchita, es un foco que nos enseña que para caminar por este mundo necesitamos astucia, ingenio y picardía.

Apenas unos ejemplos de la luz que hay siempre en los libros y que a final de cuentas se enciende y brilla de un modo diferente para cada lector.

Me gusta leer porque los textos hacen visibles verdades, ángulos, caminos o posibilidades que no siempre veo en medio de las sombras. Necesito y agradezco los destellos y resplandores de los libros.

Sumergirse en una obra literaria es imitar a Diógenes, aquel filósofo griego que incluso de día caminaba por las calles de Atenas con una lámpara encendida.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote