Siempre necesitamos a los Judas…
“¿Eran de los buenos?”
“¿Eran de los malos?”
“Porque nosotros somos de los buenos“.
“Los malos“.
“¿Todavía somos de los buenos?”
“¿Y si resulta que son los malos?”
“Todavía somos los buenos“.
“Son muchos, esos malos“.
Esas palabras son de un niño, uno de los personajes principales de La carretera, novela literaria del estadounidense Cormac McCarthy (1933); el otro protagonista es el padre de ese chico.
Se trata de un infante que vive obsesionado con la idea de dividir a las personas entre buenas y malas; esa es su única manera de catalogar o clasificar a la gente. Para él, el mundo es un espacio habitado por ángeles y demonios.
Una y otra vez, al hablar con su padre, el pequeño necesita clarificar si están refiriéndose a héroes o villanos.
Esa situación es una constante en ese libro que narra el viaje realizado por un hombre y su hijo a través de territorios desolados producto de un evento -el relato no especifica cuál- que destruyó la mayor parte de la vida sobre nuestro planeta.
Sí, una novela post-apocalíptica de ciencia ficción que fue publicada por primera vez el 26 de setiembre del 2006 por el también autor de No es país para viejos, Meridiano de sangre y Todos los hermosos caballos.
Leo esa obra y me resulta natural el hecho de que un niño trate de encasillar a sus semejantes en dos bandos inculcados por mentes adultas: Peter Pan o Capitán Garfio, Batman o Guasón, vaqueros o indios… buenos o malos.
Sin embargo, pienso -mientras devoro las 218 páginas de esa historia- en lo chocante que se me hacen esas calificaciones simples, ligeras y burdas cuando son expresadas y fomentadas por adultos (por supuesto que yo incluido)…
… “Pertenezco al partido político de la gente honesta”… “Mi religión es la verdadera”… “En esta organización sí tenemos principios y valores”… “Somos pobres pero honrados”… “Este es un país de gente honrada, son los extranjeros quienes lo han echado a perder”…
Esas y otras expresiones reflejan una visión maniquea de la vida; se trata de una tendencia a reducir la realidad a una guerra entre lo bueno y lo malo.
La raíz de esa perspectiva se encuentra en el maniqueísmo: religión sincrética fundada por el persa Mani o Manes en el siglo tercero, la cual predicaba que el mundo se regía por dos principios creadores en perpetuo conflicto: el bien y el mal.
Desde entonces se exacerbó el hábito humano de dividir a las personas entre buenas y malas, una costumbre que se pone de moda cada vez que surge en la sociedad algún “malo de la película”, alguien a quien se señala como responsable de haber cometido un error.
Inmediatamente, se nos desborda el “bueno” que llevamos por dentro y empezamos a impartir generosas e infalibles lecciones de ética y moral, pues nosotros, “los buenos de la película” sí tenemos autoridad para señalar, juzgar y condenar a quienes tienen la osadía de fallar o tropezar.
Pienso que en esas situaciones, más que destacar la maldad ajena nos interesa mercadear lo buenos, rectos, puros e inmaculados que somos. Es como si colocáramos nuestra santidad en una vitrina para que todos la vean, envidien y aplaudan.
Es lo que me gusta de La carretera, es lo que disfruto del arte, es lo que saboreo de la literatura, que me confronta con mi imperfecta y contradictoria humanidad, me hace tomar conciencia de los múltiples entresijos de la existencia, y realizar el más difícil de los análisis: el de mí mismo.
“Porque nosotros somos de los buenos“.
“Son muchos esos malos“.
Siempre necesitamos a los Judas, siempre necesitamos alguien a quien quemar en la hoguera, en especial durante la Semana Santa…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote