Por la claridad con la que enseñaba, porque tenía paciencia para volver a explicar, porque si una ruta docente no surtía resultado elegía otra, porque le gustaba retar a sus alumnos y porque disfrutaba cuando alguno de ellos resolvía un problema de manera coherente pero con otro método…

… cinco razones por las que Lidilia Zamora, “Piernas de oro”, fue mi profesora favorita de matemáticas en el cuarto y quinto años del Liceo José Joaquín Vargas Calvo.

Había, eso sí, una práctica académica que ella utilizaba y que NUNCA me gustó: entregar los exámenes, ya corregidos, desde la nota más alta -un 100- hasta la peor de todas -un cero-.

Cada estudiante llamado debía pasar al frente y recoger la prueba.

Lo peor del caso es que ella anunciaba a viva voz: “Ahora voy con los de noventa… siguen los de ochenta… a continuación los de cuarenta… vienen los treintas… y así sucesivamente.

Había ocasiones en las que decía: “Ahora siguen los unos escritos, es decir, equivalentes a una décima de punto”.

Mis notas con ella siempre fueron de 90 hacia arriba, por lo que nunca experimenté el bochorno que imagino sentían los compañeros que reprobaban las evaluaciones con creces.

Se me hacía un nudo en el estómago viendo la vergüenza a que eran sometidos aquellos cristianos en el foso no de los leones, sino del álgebra.

Era un deleite recibir clases con aquella profesora, pero resultaba acongojante la dinámica de entrega de exámenes.

Recordé esos episodios que viví en vivo y a todo color en 1977 y 1978 al recorrer las primeras páginas del libro-ensayo Leer contra la nada, del español Antonio Basanta, doctor en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid.

En esa obra, publicada por Ediciones Siruela, el autor evoca una experiencia que vivió cuando estaba por cumplir siete años.

Su profesor de preparatorio, el hermano Apolinar, decidió premiar a todos sus alumnos en materia de lectura; eso sí, clasificándolos del primero al último.

El niño Antonio Basanta se entusiasmó con el anuncio y pensó en la alegría que causaría en su familia cuando mostrara la medalla que le había correspondido.

Pocos minutos después se enteró de que había tenido el honor de ganar la medalla al penúltimo puesto de lectura en la clase.

Supongo que se sintió como se sintieron varios de mis compañeros de matemáticas en cuarto y quinto años de educación secundaria.

¿Que cómo se habrán sentido? Hágale números…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote