El personaje principal de la novela Amador, escrita por el español Jesús Ferrero (1952), se traslada en cierto momento de su vida de Ginebra, Suiza, a París, Francia, en donde se instala en un apartamento que cuenta con una estantería con capacidad para 200 libros, lo cual le produce alegría pues él cuenta con apenas 90 obras literarias. ¡Espacio de sobra!

De hecho, absolutamente todos sus volúmenes viajaron de una ciudad a otra dentro de un baúl.

La holgura con que cuenta ese joven español en su nuevo domicilio me ha hecho pensar en estos días en una posibilidad que siempre me había negado tan siquiera a considerar: la de desprenderme -sea mediante la venta, el obsequio y las donaciones- de la mayoría de los más de 7.000 inquilinos de mi biblioteca.

Me tienta la idea de viajar ligero por esta vida. Es decir, que cada vez que cambie de residencia no me vea obligado a comprar más de 100 cajas de cartón para acomodar mis ejemplares.

Lo mismo podría hacer con otras pertenencias; entre ellas, bultos y mochilas, discos compactos, películas, máquinas de escribir, cámaras fotográficas, cuchillas, cuadros, colección de Pinochos y Quijotes, algunos muebles y unos cuantos electrodomésticos. De repente me ha dado por pensar en lo cómodo que sería necesitar apenas una habitación para sentirme confortable.

Nada me detendría para mudarme a otro barrio, provincia o, ¿por qué no? país o incluso continente.

Conservaría, básicamente, mi laptop, la colección de plumas fuente, algunos cuadernos, ropa, calzado, las cañas de pescar, el tornamesa, alguna cámara y los pocos discos de vinilo que poseo.

Asimismo, una selección bastante rigurosa de libros; entre ellos, por supuesto, los de Julio Cortázar, John Steinbeck, Franz Kafka, Aldous Huxley, Henry Miller, Carlos Luis Fallas, Octavio Paz, Fernando Pessoa, Pablo Antonio Cuadra, Juan Rulfo, Nikos Kazantzakis, Carson McCullers, y otros autores.

Me gusta la idea de movilizarme no a velocidad de crucero, sino de velero; alzar vuelo con la facilidad de una chispa en vez del peso de un pelícano, y fluir como un riachuelo en lugar de discurrir como un río caudaloso que se abre paso entre enormes rocas.

Empiezo a cansarme de la obesidad material y soñar con un viaje liviano de regreso a mi Ítaca más íntimo. Ya veré qué pasa…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote