Me referí ayer, en esta página, a la maravillosa novela que leí entre el 20 de setiembre y el 13 de octubre del año en curso: Mi tío Napoleón, del escritor iraní Iraj Pezeshzad (1928).

“694 páginas de buena literatura, una sátira sobre el poder y las complejas pero divertidas y enriquecedoras relaciones humanas, cuyo protagonista es un estrafalario y tiránico patriarca familiar que idolatra a Napoleón Bonaparte”, comenté cuando agonizaba la tarde del lunes.

Les dije que se trata de uno de los mejores libros que he leído en los últimos años y prometí contarles a cuáles célebres personajes literarios me hizo recordar el personaje principal de esta novela.

Voy al grano: a Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais y publicada en 1534; don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes y lanzada al mercado editorial entre 1605 y 1615, y Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis y que forma parte de nuestro mundo desde 1946.

¿Qué tienen en común esas obras con Mi tío Napoleón para que me atreva a decir que este personaje del Irán de 1941, y que deleita a los lectores desde 1973, es familia de los cuatro protagonistas mencionados en el párrafo anterior?

Puedo señalar varias similitudes, pero me quedo con tres en especial: el sentido del humor, la fantasía y lo absurdo.

En ese sentido, no me cabe la menor duda de que el “pariente” más cercano al personaje iraní es el célebre Caballero de la Triste Figura.

Tanto el tío Napoleón como el ingenioso hidalgo imaginan enemigos por doquier, huelen confabulaciones, presienten ataques y emboscadas, y se la pasan evocando viejas glorias en el campo del heroismo.

“¡Demonios inhumanos! ¡Venid directamente contra mí si os atrevéis!”, exclama el hijo literario de Iraj Pezeshzad y nos hace escuchar el eco de los llamados a combate de don Quijote.

Son tales los niveles de locura de ambos protagonistas que amigos y familiares se ven obligados a cerrar filas en pro de ayudarles a recuperar la cordura. Por cierto, el caballero andante recobró el sentido de la realidad, pero el obsesivo admirador de Napoleón Bonaparte nunca se reencontró con la sensatez.

Estamos, pues, ante cuatro novelas llenas de situaciones absurdas, personajes excéntricos, relatos que nos sorprenden y sacan de la rutina.

Allí están, por ejemplo, los gigantes Gargantúa y Pantagruel, de apetito voraz y capaces de subirse a lo más alto de la catedral de Notre Dame e inundar París con sus orines.

¿Y qué me dicen del bullicioso, fiestero, mujeriego, bailarín, tomador de vino e irresponsable de Alexis Zorbas, un griego impetuoso, explosivo, imprudente pero también sumamente auténtico y dispuesto a exprimirle a la vida hasta la última gota de gozo?

Sí, son historias para descansar un poco de lo racional, lo correcto, lo que debe ser, lo que se espera, lo que imponen las convenciones, los manuales de instrucciones, los recetarios existenciales, los legalismos que nos envuelven y paralizan como a momias.

Libros que nos hacen sospechar que la vida es más, mucho más, que los moldes dentro de los que nos movemos, y que nos invitan a preguntarnos si acaso no estamos necesitando una mayor dosis de locura en medio de tanto libreto cargado de drama.

En concordancia con el sentido del humor de Mi tío Napoleón, mañana les explicaré qué significa una expresión que se utiliza mucho en esta novela: “ir a San Francisco”.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote