Sí, salvé a muchos de los inquilinos de mis estantes de lo que habría sido para ellos una especie de diluvio universal.

Eso sí, en este caso, contrario a lo que narra el Génesis, no fue Dios quien ordeñó las nubes cargadas de lluvia.

Fui yo quien, por jugar de fontanero, dejé escapar una considerable cantidad de agua de un tubo cercano a uno de mis libreros.

Se trata de un mueble en el que no hay espacio ni para las finas alas de un zancudo, pues las obras literarias están apretadas unas contra otras.

La que pasó fue que me puse a travesear una cañería con una llave que, lo confieso, no sé ni cómo se llama pero hizo girar las roscas metálicas con suma facilidad. La idea era arreglar un pequeño problema.

Y claro, me emocioné y cuando me percaté de lo que había hecho ya era muy tarde para frenar un fuerte chorro de líquido vital (como solemos llamarlo los periodistas con una cierta dosis de cursilería) o H2O (como le dicen los químicos).

En cuestión de décimas de segundo mi cerebro recibió una señal de alerta: ¡¡¡los libros se pueden mojar y echar a perder!!!

¿Cuáles textos? Entre muchos otros, Valses nobles y sentimentales, de José Marín Cañas; La cabeza en las nubes, de Susanna Tamaro; Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez; Cien jaikus, de Masaoka Shiki, y De mi vida, tomos I y II de Carlos Luis Fallas.

Además, Cocorí, de Joaquín Gutiérrez; Crónicas coloniales de Costa Rica, de Ricardo Fernández Guardia; El viejo y el mar, de Ernest Hemingway; Plegarias atendidas, de Truman Capote; Bodas de sangre, de Federico García Lorca, y Leche derramada, de Chico Buarque.

Esos y otros títulos circularon a la velocidad de la luz por mis neuronas y mi cuerpo recibió una orden inmediata: ¡ponga su pecho como escudo entre el tubo y los libros!

Así lo hice y terminé empapado de pies a cabeza, ¡pero con mis amigos de papel a salvo!

Y sí, logré detener el chorro del líquido vital. Me costó, pero lo hice. Después a secar el piso con periódicos viejos.

¡Díganme ustedes si no valía la pena terminar como escultura de fuente!

Eso sí, lección aprendida. Créanme que sí.

JDGM