Me refiero a los primeros tres relatos del libro Fotos robadas y otros cuentos, del escritor e ilustrador costarricense Héctor Gamboa Goldenberg (1965) y publicado por Editorial La Jirafa y Yo.

Cada uno de esos textos cortos, El escondite, El cuascoto y Ulderico, huelen y saben a Guanacaste, por lo que resultó fácil que despertaran, mientras los leía con el primer café de este viernes, tres memorias del tiempo en que viví en esa provincia: diciembre de 1969 a mayo de 1972.

El primero de esos cuentos cita la palabra “piñonates”; el segundo habla de la canción “ahí viene la perra”, y el tercero menciona los poemas de Rubén Darío.

A los piñonates, un dulce guanacasteco hecho con papaya verde, tuve el grandísimo gusto de conocerlos durante ese trozo de mi infancia que transcurrió en la tierra del agua fresca de las vasijas de barro. ¡Un verdadero manjar!

Cuando cambié los pastizales de la pampa por el cemento de la capital descubrí que algunos negocios de San José vendían esa especie de cajeta de papaya verde, por lo que de vez en cuando me daba cuatro gustos devorándolos.

Lamentablemente, ese producto llegó a desaparecer en el comercio josefino y hoy día resulta difícil encontrarlo en su tierra natal. La última vez que lo encontré fue en un quiosco ubicado en el centro de Santa Bárbara, una comunidad del distrito Diriá en el cantón de Santa Cruz.

Desde entonces no he vuelto a saborearlos.

En cuanto a la canción “ahí viene la perra”, la evoco resonando en la rocola de una vieja y ya desaparecida cantina vecina del parque de Sardinal de Carrillo.

“Ahí viene la perra con la lengua afuera…”, decía el inicio del estribillo de esa melodía que los fiesteros programaban una y otra vez en aquella máquina que funcionaba con monedas.

Mi tata se divertía escuchando esa canción y de cuando en cuando la cantaba con el espíritu festivo que siempre lo distinguió.

Tengo más años de no escuchar esa canción que de no comer piñonates.

Finalmente, los poemas de Rubén Darío.

Mi primer contacto con esa obra tuvo lugar en el cuarto grado de primaria en la Escuela Ascensión Esquivel, del centro de Liberia.

Gracias a la maestra Isabel y a un libro donado por la Alianza para el Progreso (un programa de ayuda económica, política y social de Estados Unidos para América Latina, efectuado entre 1961 y 1970), leí por primera vez A Margarita Debayle

Margarita está linda la mar / y el viento, / lleva esencia sutil de azahar; / yo siento / en el alma una alondra cantar; / tu acento: / Margarita, te voy a contar / un cuento…

Ulderico me transportó en el tiempo. Me vi de nuevo en el aula situada en el segundo piso de aquella escuela fundada en 1904; recreé en mi mente el techo alto, el piso de madera, las ventanas llenas de luz y los rostros de algunos compañeros.

Gracias, Héctor, por esos cuentos, por estos recuerdos.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote