Respiran cuando los sacamos de los estantes, en donde a veces se sienten apretujados y los dejamos abiertos durante algunas horas sobre una mesa, un escritorio o la veladora.

Es entonces cuando inhalan y exhalan, aspiran y espiran, atraen el aire hacia sus pulmones y lo expulsan.

De esa manera, dejando que la brisa o el viento acaricien sus páginas y costuras, se mantienen en buen estado pues ahuyentan el polvo, la humedad y alguna que otra hebra de telaraña.

Los inquilinos de los libreros sienten que les quitamos un gran peso de encima cada vez que les permitimos hacer uso del aparato respiratorio de papel y tinta.

Se trata de una sensación de alivio similar a la que experimentamos las personas cada vez que llegamos a casa y nos despojamos de la mascarilla anticovid.

¡Con cuánto placer dejan que las frescas corrientes les abracen las figuras literarias, soplen en los cuellos de los personajes y le hagan cosquillas a los episodios cargados de tensión!

Importante tener presente que los lectores también respiramos. Con ello quiero expresar tres ideas.

Primera: hay que hacer uso de las pausas respiratorias que los textos nos conceden por medio de los distintos signos de puntuación. Leer no es sinónimo de ahogarse o asfixiarse. Un libro es un manjar que se mastica despacio, se huele y saborea.

Segunda: un buen libro nos permite tomar un respiro (un recreo) en medio del ajetreo diario. Leer es respirar (además, los volúmenes respiran cada vez que los abrimos (como quien despeja las fosas nasales) para leerlos).

Tercera: si bien la lectura es un agradable ejercicio de respiración para los seres humanos, lo cierto es que de vez en cuando nos cae bien tomarnos un respiro en materia de lectura. Pasar uno o varios días sin sumergirnos en un ejemplar no figura en la lista de pecados capitales. Respiramos cuando leemos y también cuando no lo hacemos. El mundo de los libros está lleno de diversas respiraciones.

¿Existe alguna palabra que englobe todas esas respiraciones, tanto las de los libros como las de los lectores? No, pero me gusta denominarlas con el título de un libro de la escritora italiana Susanna Tamaro (1957): El respiro quieto.

Pronuncio esos tres vocablos y es como si apoyara alguno de mis pies sobre el primer escalón de las gradas que conducen hacia la relajación, el bienestar, la quietud, la paz.

Los libros respiran ¡y los lectores también! Ambos disfrutamos de El respiro quieto.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote