Muy cómodo ser un objeto de papel y tinta. Un producto editorial. Una mercancía de librería. Un inquilino de biblioteca. El bello durmiente de una veladora. El pasajero de un bolso o una mochila.

Un chunche, como decimos los ticos.

No nos enteraríamos de nada. No pensaríamos nada. No nos afectaría nada. Seríamos como piedras, conchas o panales abandonados.

La vida, si es que se le podría llamar así, sería pasiva: simple y sencillamente limitarse a esperar -aunque en estado vegetativo- el instante en que alguien se decida a elegirnos, tomarnos entre sus manos, abrirnos y leernos.

Podrían subrayarnos o pintarnos con un marcador fosforescente amarillo, verde, azul o naranja, o incluso escribirnos algunas notas en los márgenes de las páginas.

Quien quiera que sea nuestro propietario podría condenarnos al olvido en un estante o una bodega, prestarnos a sabiendas de que no volverá a vernos, regalarnos para hacer espacio en la mesa de la sala, donarnos, canjearnos o malbaratarnos.

Asimismo, podría salpicarnos con comida, llenarnos de arena en la playa, dejar que nos tostemos dentro del carro, usarnos como calza o como proyectil para ahuyentar a un perro o un gato.

Estaríamos a expensas de lo que la gente haga con nosotros; no tendríamos voz ni voto.

Claro, tampoco sufriríamos pues un artículo material no sabe lo que es el dolor. No lloraríamos en caso de que nadie nos lea o abandone.

Lo mismo con la felicidad. Ningún libro festeja el hecho de ser comprado y leído; no tiene la menor idea de lo que sucede.

No tendríamos que vacunarnos, usar mascarilla, lavarnos las manos, pagar impuestos, elegir por quién votar, criticar a los políticos, buscar chivos expiatorios, desesperarnos con la lentitud de Internet, creernos los dueños de la verdad ni vivir en un país feliz pero caro.

Absoluta y plena inconsciencia sobre lo que acontece en el entorno. Las críticas literarias negativas no nos harían mella, pero los elogios de los expertos tampoco nos inflarían el ego. No nos desvelaríamos por las estadísticas de ventas y lectura, ni estaríamos pendientes de cuántos ‘likes’ hemos conseguido en las redes sociales.

Sería muy fácil ser un libro, vivir como una percha, una olla o una silla.

Pero nos tocó lo mejor: ser lectores; es decir, seres razonables, personas pensantes, individuos capaces de analizar, gente que puede tomar decisiones, hombres y mujeres que hacen uso de su libertad.

Sería muy fácil ser un libro, pero tenemos la fortuna de ser quienes se zambullen en los textos, bracean en las palabras, se sumergen en las páginas, bucean en los capítulos.

Leer nos despierta, estimula, desafía, forma, sensibiliza, potencia, proyecta; nos permite explorar, descubrir, descifrar; enriquece nuestra humanidad.

Sería muy fácil ser un libro, y sí, ser lector es más difícil, pero sin duda alguna verdaderamente apasionante. Entre poseer a don Quijote y entenderlo, me quedo con la segunda opción.

Existe una enorme y fascinante diferencia entre ser libro y ser libre.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote