Hace algunos años sufrí un ataque de ansiedad, una experiencia que no le deseo a nadie.

Ocurrió durante la mañana, cuando acababa de desayunar y me disponía a ir al trabajo.

Me asusté, pues creí que se trataba de la antesala de un ataque cardíaco. Pensé: “Hasta aquí me la prestó Dios”.

Llamé por teléfono al primer médico en quien pensé: un gastroenterólogo que me había atendido pocas semanas atrás.

Me ordenó acudir de inmediato a un hospital en compañía de alguien de confianza.

Llamé por teléfono a mi hermano menor, Ricardo, quien afortunadamente se encontraba manejando su carro a unos tres kilómetros de del apartamento en el que yo vivía.

Me recogió y me llevó a toda prisa al Calderón Guardia. Yo estaba tan asustado, presa del miedo, que supuse no iba a llegar con vida a ese centro médico.

Fui atendido y estabilizado, y se me recomendó ser evaluado por un cardiólogo. Alguien, no recuerdo quién, me dio el nombre de una doctora especialista.

Llamé a su consultorio, ubicado en las inmediaciones de la Clínica Bíblica, y se me dio cita para el día siguiente.

Me atendió tres veces más y luego de someterme a más pruebas y exámenes que un ratón de laboratorio, me recetó varios medicamentos y me sugirió buscar ayuda siquiátrica pues sospechaba que algo pasaba con mi estado de ánimo.

“A mi tratamiento le faltaba un componente importante para la salud: reírme de mi enemiga la ansiedad”.

José David Guevara Muñoz, editor de Don Librote

Fui atendido por una siquiátra de la Clínica Católica, quien me explicó que la raíz de la experiencia que había vivido tenía más que ver con la salud mental que con el corazón.

Había sufrido un ataque de ansiedad que tratamos con medicamentos, dieta, ejercicio y meditación.

Confieso que no soy dado a escribir o hablar sobre mis padecimientos, no porque me avergüence ser frágil o vulnerable (¡esto me hace humano!), sino porque me parece que es un tema muy personal (pero bueno, cada quien tiene su opinión).

El domingo pasado caí en la cuenta de que a mi tratamiento le faltaba un componente importante para la salud: reírme de mi enemiga la ansiedad.

No se trata de una risa burlona ni tendiente a menospreciar una enfermedad que afecta a muchísimas personas, sino de una risa producto de la conciencia de que el sentido del humor es terapéutico, nos ayuda a sanar.

Pensé en ello luego de leer el libro Ansiedad, del diseñador chileno Alberto Montt (1972), quien es conocido por su blog de ilustraciones Dosis diarias (http://www.dosisdiarias.com/), publicado por Planeta.

¡Disfruté! ¡Reí! ¡Gocé! Algunos de los dibujos y diálogos me provocaron carcajadas que me cortaban el aire y me sacaban las lágrimas.

Ingenioso, chispa, talentoso Alberto Montt, pero lo mejor de todo es su conocimiento de la condición humana.

¡Se los recomiendo!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote