Escucho a la distancia el oleaje de tinta espumosa que revienta constantemente sobre la playa de papel.

Los ecos de algunas corrientes me son conocidos, pues he nadado en ellas, me he dejado mecer y arrastrar por su fuerza literaria.

Otras mareas me resultan nuevas, desconocidas, pues nunca me he sumergido en ellas. Aún así me tientan desde los estantes de mi biblioteca.

Escuchar los chapoteos de las sirenas editoriales me produce una enorme alegría; se trata de un sonido que, cuando nocturno, me arrulla y adormece.

He alcanzado a oír, en los anaqueles de mi estudio, las voces, risas y gritos de los marineros que navegan bajo las órdenes de Odiseo.

Los caracoles carnosos de mis orejas se han bebido el revoloteo de los poemas-gaviota y los versos-pelícano que alzan vuelo desde los textos de Rafael Alberti.

Hay ermitaños en los ejemplares de mi cuarto, cangrejos en los volúmenes de la sala-comedor y tortugas Baula en las publicaciones que duermen en mi mochila.

Con cierta frecuencia me veo obligado a bañarme después de leer, pues sólo así puedo quitarme la arena de signos de puntuación que se adhiere a mi cuerpo.

He llegado a ver a Poseidón en las costas de Alfaguara, los acantilados de Navona, las bahías de Anagrama, la península de Alianza, los islotes de sextopiso y los malecones de Impedimenta.

Poseo algunos libros que no leo, pero sí escucho pues en cuanto los abro se transforman en caracoles que me cuentan breves historias de océanos.

Tengo la fortuna de contar en casa con oraciones, párrafos y capítulos del mar Mediterráneo. ¡Cuántas obras escritas han navegado en esas aguas que bañan a Europa, África y Asia!

Algunos libros son como el mar, llenos de conchas, corales y piedras, con delfines y ballenas que saltan sobre las páginas, remos que se hunden entre los renglones y barcos pirata que naufragan en los epílogos.

Hay ocasiones en las que en cuanto me siento a leer experimento la misma sensación que canta Serrat: “Barquito de papel / sin nombre, sin patrón / y sin bandera. / Navegando sin timón / donde la corriente quiera”, como canta Serrat.

Esta noche deseo anclar en uno de esos muelles de los que uno no quiere zarpar.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote