Y mientras ambos navíos surcan las corrientes de madera, avanzando entre islotes de papel y tinta, las historias de mis libros se transforman en botes, lanchas, yates, buques y cruceros que flotan en el océano de mi mente.

Otelo, Tieta, Gargantúa, Cenicienta, don Quijote, la casada infiel, K, Lucia Santa, Mauricio Babilonia, Laura Díaz, Tata Mundo, Eva, José Trigo, Penélope, Horacio Oliveira, Sherezade, Dr. Jekyll y otros protagonistas literarios empuñan los timones de sus embarcaciones.

No faltan, por supuesto, Noé, Odiseo, el capitán Ahab, Santiago el viejo pescador de Hemingway, Robinson Crusoe, Lemuel Gulliver, el profeta Jonás y el bonguero de los cuentos de Carlos Salazar Herrera.

Entre tanto, diversos personajes secundarios asumen tareas tan variadas como remar, achicar, levar el ancla, izar velas, otear el horizonte desde el carajo, revisar los mapas, velar porque todo funcione a la perfección en el cuarto de máquinas, mantener la comunicación con el puerto.

Leer es dar el visto bueno para que toda una flota de situaciones, ideas, diálogos, misterios, silencios, clímax, paisajes, escenarios, ambientes y tramas zarpen y recorran las profundas aguas de la imaginación.

En mi cabeza han encallado relatos y naufragado textos, lo cual no significa que tales narraciones hayan fracasado; todo lo contrario, se trata de páginas dignas de permanecer atrapadas en los acantilados de la memoria o en las fosas del recuerdo.

Una colección de barcos fantasmas agita la superficie de mis pensamientos.

Barbanegra navega a bordo de un galeón de vocales; Henry Morgan, de un buque de consonantes, y Francis Drake, de un bergantín de signos de puntuación… la única piratería editorial que acepto.

No hay faros en mi mente, pues la luz que guía y orienta a aportan las historias de los libros.

Lo que sí hay en ese océano, y con frecuencia, son tempestades, ciclones, torbellinos, borrascas, huracanes, galernas… agitaciones para nada desconocidas por el ser humano y que se sobrellevan a bordo de un buen libro.

Sin embargo, también hay días de oleaje sereno. Las hojas de los libros son también barcos de papel flotando en el remanso, la quietud.

Dos barcos navegan en mi biblioteca. Soy un marinero afortunado.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote