Los escucho roncar, respirar, conversar hasta avanzadas horas de la noche, hablar dormidos, girar por culpa de las pesadillas, suplicarle a los gatos que retozan sobre los techos que no hagan tanta bulla y -los que padecen sonambulismo- tratar de romper la cinta adhesiva que les impide salir a caminar por la casa a la que me mudé entre jueves y viernes de la semana pasada.

Es por eso que duermen en cajas de cartón; en promedio, unos setenta libros en cada una de ellas, lo cual me indica con toda certeza que mi biblioteca sobrepasa ya los 7.000 ejemplares.

Hace ya una semana que mis amigos de papel fueron trasladados desde Mata de Plátano de Goicoechea hasta Jardines de Moravia, y aún no han retornado a los estantes pues decidí acomodar primero otros muebles y objetos propios de mi habitación y de la cocina.

Claro, ya me pican los dedos de las ganas que tengo de desembalar las obras de José Saramago, Elena Poniatowska, Reinaldo Arenas, Simone de Beauvoir, Fernando Savater, Luisa González, Jorge Amado, Carson McCullers y much@s otr@s autor@s que me acompañan desde hace varios años.

Lo confieso: resultó agotador empacar tal cantidad de textos (novela, cuento, poesía, teatro, ensayo, historia, teología, geografía, matemáticas, ciencias, historia, filosofía, mitología griega, etcétera), pero tuve el placer de reencontrarme con libros a los que no veía hacía rato.

Desempacar y ordenar será también cansado. Sin embargo, me apasiona la idea de reorganizar los anaqueles. Es como hacer borrón y cuenta nueva en una ciudad en aras de crear nuevos barrios y urbanizaciones.

Supongo que muchos de mis libros se sienten ansiosos ante los cambios que espero ejecutar en los próximos días, pero -como siempre- disfrutarán descubriendo y conociendo a sus nuevos vecinos.

Por supuesto que se avecina además una etapa de reclamos y solicitudes de ajustes en las ubicaciones, pues, al igual que sucede con las personas, hay publicaciones incómodas a las que nunca se les queda bien. Recuerdo, a modo de ejemplo, que en el anterior traslado de domicilio hubo una novela moralista que hizo berrinche durante dos semanas pues no quería residir al lado de la sensual y pícara Tieta de Agreste; no me quedó más que satisfacer sus caprichos.

Mientras escribo estas líneas se me ocurre que mis libros son una especie de Bella Durmiente, solo que el actual sueño de ellos no se prolongará por cien años, como le sucedió a la protagonista del famoso cuento de hadas, sino -como máximo- quince días. Y aunque no soy un príncipe, la tarea de despertarlos correrá por mi cuenta.

La labor de abrir cajas me sugiere la imagen de un Aladino que frota lámparas de cartón de las que salen genios literarios que satisfacen el hermoso deseo de la lectura.

Evoco, asimismo, la historia griega de la caja de Pandora, solo que mis libros no encierran todos los males del mundo, sino alegrías y placeres.​

Ya les contaré, en los próximos días, cómo me fue con esta experiencia en la que sin duda me toparé con libros ojerosos, pues algunos de ellos padecen insomnio y solamente concilian el sueño si les leo un cuento. ¡Estos amigos también son mañosos y consentidos!

Los escucho roncar…

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote