A Maggie Louise Gudger, mejor dicho su cara, la conocí en la sexta página de fotografías del libro Elogiemos ahora a hombres famosos, en donde aparece fotografiada por el estadounidense Walker Evans en 1936, cuando era una niña de diez años.

Le quedaban cinco años de vida soltera y treinta y cinco de vida.

Se trata de la pequeña de ojos claros que luce un sombrero de paja en la foto que acompaña a este texto, retrato que fue tomado en la región algodonera de Alabama, Estados Unidos, durante la Gran Depresión.

A esa zona se trasladaron Walker Evans (1903-1975) y el periodista James Agee (1909-1955) cuando la revista Fortune, fundada en 1930, les encargó un reportaje que mostrara las míseras condiciones de vida de los aparceros de dicha zona.

Fue así como ambos reporteros se internaron durante julio y agosto de 1936 en una tierra de gente que le debía absolutamente todo al gobierno: semillas, fertilizantes, terrenos, herramientas, casa y hasta el ganado.

Sí, campesinos que se alumbraban con lámparas de queroseno, comían pan de maíz, usaban maletas de cartón, conocían las sequías agudas y convivían con perros, gatos, gallinas, mulas y cerdos.

Para aquellos agricultores, hacer un viaje largo dentro de los Estados Unidos implicaba abordar un lento tren de vapor.

Recorriendo esos polvorientos rincones del sureste estadounidense Agee y Evans dieron con Maggie Louise Gudger, hija mayor de George y Annie Marie, quien se casó un lustro después, tuvo hijos y enviudó.

Tal y como relata James Agee, esa mujer llevó una mala vida trabajando como camarera y se suicidó a los cuarenta y cinco años tomando veneno para matar ratas.

Fue la foto de Maggie Louise Gudger y su breve historia de vida, apenas ocho líneas y media, las que me llevaron a publicar ayer el artículo titulado ¿Cuántas historias caben en un rostro?, en el cual también pregunto “¿Qué nos dice la gramática de la piel? ¿Qué comunica la ortografía de los poros? ¿Qué leerán los otros en nuestra faz?”

Afirmé, en esa publicación, que estoy convencido de que el semblante humano es un género literario y que para leer esas páginas llenas de misterios hay que aprender a leer los caracteres de los semblantes.

Eso es precisamente lo que he estado tratando de hacer en los últimos días al escudriñar cada una de las caras en blanco y negro que forman parte de Elogiemos ahora a hombres famosos, un libro que hace recordar dos maravillosas obras de John Steinbeck (premio Nobel de Literatura 1962): Las uvas de la ira y Los vagabundos de la cosecha.

La segunda de esas novelas incluye también retratos adustos, semblantes de agricultores golpeados por la indigencia.

¿Cuántas historias caben en un rostro?

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote