Sí, el sábado 2 y el domingo 3 de octubre del 2021 monté nuevamente sobre el lomo del burro que inmortalizó el escritor español Juan Ramón Jiménez Mantecón (1881-1958), premio Nobel de Literatura 1956, en su obra Platero y yo.

Así lo hice en una propiedad ubicada a más de 1.500 metros sobre el nivel del mar, específicamente en Tablón de El Guarco, Cartago, en donde me acompañaron el bosque, la brisa, el riachuelo, las luciérnagas, el canto del gallo y el vuelo colorido de un quetzal.

Se trató de una cabalgada literaria, de esas en las que uno no se sienta sobre el pelaje del animal sino sobre las letras de esa obra lírica publicada por primera vez en 1914.

Me gusta pasear sobre la piel poética de Platero, quien fue amigo inseparable del autor durante su niñez y juventud. Empuño las riendas de papel y tinta y percibo el olor de las naranjas, mandarinas e higos.

Además, me sumerjo en la dorada luz del sol y nado sobre la superficie blanca de la luna, esa que el burro hace pedazos cuando pisa el charco que le sirve de espejo a esa dama nocturna.

Me conmueve, me despierta la ternura, leer sobre el amor y la paciencia con que Jiménez le enseñaba a su amigo de orejas largas a distinguir las flores y las estrellas.

Única foto de Juan Ramón Jiménez y Platero.

Puedo cerrar los párpados durante las pausas que hago luego de cada punto y aparte, e imaginar las “dos bellas rosas” que son los ojos de este animal al que reconocemos por su nombre, contrario a los solípedos que montaron Jesús en la entrada triunfal a Jerusalén y Sancho Panza en las páginas del Quijote.

Gracias a la exquisita pluma de Jiménez y a mi traviesa imaginación soy capaz de imaginar a Rocío, Adela, el cura don José, Anilla la Manteca, Sarito, Rosalina; lo mismo que a las tres viejas gitanas, la novia, el demonio y el loco.

Recreo en mi mente a la gente de Moguer celebrando la Semana Santa, disfrutando en la vieja plaza de toros, saboreando el pan, cobijándose con la noche, escondiéndose de la tormenta.

Hay patos, pastores, sanguijuelas, grillos cantores, perros atados, sustos, fantasmas y gorriones en los 138 capítulos de este libro en el que las palabras lucen sus más hermosas galas.

Paseo sobre Platero, como lo hice el fin de semana pasado, y me reencuentro con amigos y personajes de mi infancia, paseos inolvidables, experiencias indelebles, huellas que aún perduran.

Si nunca ha cabalgado sobre este burro, anímese a hacerlo; vale la pena montarlo para salir de paseo con la poesía.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote