¡Seguimos con las epístolas!

Ayer les hablé de Ocean Vuong, un joven vietnamita-estadounidense que le escribió una misiva-libro a su madre (la novela En la tierra somos fugazmente grandiosos, editorial Anagrama), a pesar de que ella no sabe leer.

Hoy le toca el turno a un hombre que se apropió de una carta que iba dirigida a una dirección postal y un corazón ajenos.

Se llama Gordon Bosky, personaje principal del cuento Cartas robadas, de la escritora y periodista estadounidense Lionel Shriver (1957), relato que forma parte del libro Propiedad privada, también publicado por Anagrama.

Era el encargado de entregar la correspondencia en las casas de un pueblo llamado Newquay.

Curioso el hecho de que aunque ese cartero tocaba todos los días cientos de sobres con direcciones, remitentes y estampillas, nunca recibía una misiva para él. Era un ser solitario en aquellos tiempos en que el correo electrónico no había sido inventado.

Bosky tenía la costumbre de adueñarse de algunos de los objetos que encontraba dentro de sobres que tenían otros destinatarios; entre ellos, pantuflas, un paquete de hongos exóticos, una guía de restaurantes y un gorro de lana rojo tejido a mano.

Adquirió ese hábito cuando cayó en la cuenta de que sus clientes eran unos malagradecidos que nunca le regalaban algún presente para la Navidad. Robar se convirtió en su forma de obtener alguna propina.

Los sobres con epístolas nunca le habían llamado la atención, hasta que en un setiembre descubrió uno elegante y con la letra de alguien que tenía una excelente ortografía. Lo abrió y leyó la carta que una mujer llamada Deirdre St. James le escribió a un hombre llamado Erskine Espadrille.

Fue escrita por una señora que había enviudado hacía algunos años y se animó a confesarle su atracción a uno de sus excompañeros de estudios treinta y años atrás. Le dice que visitará Newquay en noviembre y le gustaría que se encontraran.

“Si no recibo noticias tuyas, pensaré que tienes una vida demasiado plena para recibir a alguien que es casi una desconocida, y no me ofenderé”, escribió quien también se identificó como “la chica del sombrerito rojo”.

Pues bien, como decimos los ticos: Gordon Bosky se robó el mandado, pues Erskine Espadrille no solo era un ermitaño que nunca abría su buzón de correo, sino que además había cambiado de domicilio sin redireccionar su correo.

Correcto, el cartero se hizo pasar por el verdadero destinatario de aquella carta y se ganó el corazón de Deirdre St. James, quien desde el primer instante descubrió la farsa debido a que Erskine había nacido sin la mano derecha y su nuevo pretendiente contaba con ambas extremidades.

Eso sí, Bosky le confesó todo a Deirdre antes de que esta lo confrontara con la verdad.

Y bueno, siguieron juntos pues ella era “una fisgona sin remedio” que se sintió sumamente atraída por la idea de abrir la correspondencia ajena.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote