El autor alemán Hans Magnus Enzensberger (1929) escribió, en 1997, un libro fabuloso titulado El diablo de los números. Habrá que pedirle que escriba también El diablo de las letras.

Lo digo porque resulta más que evidente el hecho de que el Pisuicas anda haciendo de las suyas con el idioma español.

Basta con darle un vistazo a las redes sociales para constatar que “don Sata”, como lo llamaba mi papá, está más que feliz con los pecados ortográficos y gramaticales que se cometen con la lengua de don Miguel de Cervantes.

Mas no solo de Facebook vive Lucifer. También mete la cola en el quehacer periodístico, de allí que mi colega periodista, Víctor Hugo Murillo Solano, llame la atención con insistencia -en Facebook- sobre la necesidad de que los reporteros tengan un diccionario a la mano ¡y lo consulten!

El tridente también se clava en el mundo editorial…

Prueba de lo anterior el error y horror que encontré ayer en El gran libro de Satán, una especie de antología de textos literarios sobre “el cachudo” publicada por Blackie Books, de Barcelona.

El hallazgo tuvo lugar en el antepenúltimo párrafo del cuento El amante demoníaco, escrito por la estadounidense Shirley Jackson (1916-1965).

“Las voces se cayaron de golpe”, dice en la recta final de este relato de ocho páginas. Lo correcto es: “Las voces se callaron de golpe”. (Yo agregué la tipografía en negrita).

Una errata de ese calibre solo puede ser responsabilidad de Mefisto. ¿Quién más puede hacer a otro caer en la tentación de anotar un vocablo que no existe?

Sí, tal pifia tiene que ser culpa de ese oscuro personaje al que la autora catalana Irene Solà alude en la página 130 del mismo libro con los siguientes nombres: “acusador, adversario, león rugiente, Abadón, Apolión, Beelzebú, mal príncipe Belial, serpiente de antaño, macho cabrío, asesino, dragón, mentiroso, maligno, Samael, Leviatán, tentador, ángel caído, engañador, enemigo y rey de Tiro.

“Deus Inversus, Mefistófeles, destructor, Belfegor, ángel primero, emperador, parte mala, autor, criminal, inventor de la envidia, espíritu rebelde, principio, señor de la palabra doble, maestro de los traidores, error, cazador, pescador, homicida, Magistellus, posesor, hijo de la aurora, ladrón, señor de la noche y de la potestad del aire, ángel de las tinieblas, Lucifer, verdugo y soberano de esta época.

“Exterminador, insensato, extraño, padre del insesto, rey inmundo, amador, antiguo señor del mundo, bestia maldita, cabrón cornudo, mal camino, ángel azul, Berrugo, Bitgego, Benjeudi, Asvherus, Satanás y Satán”.

No en vano el cuento de Solà se titula Todos los nombres.

Y bueno, como si esa lista no fuera suficiente, agreguemos el Señor de las Alimañas con que lo cita el británico Clive Barker en su historia ¡Abajo, Satán!

Claro, son tantos los atropellos que sufre el idioma español que sobrepasan con creces la cantidad de nombres atribuidos al príncipe de las tinieblas.

¿Será que nuestra lengua necesita un exorcismo? ¿O será que tenemos que leer más?

De momento, sería bueno que alguien le recomiende a Hans Magnus Enzensberger escribir El diablo de las letras.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote