Me quedé pensando en lo que les dije ayer sobre el italiano Stefano Mancuso, autor del maravilloso libro La planta del mundo, en el sentido de que lo cuento entre mis amistades pues considero que los escritores que me motivan a leer son mis amigos.

Se trata de vínculos tan especiales que van más allá de la distancia y la muerte.

Por ejemplo, a Julio Cortázar me une una entrañable relación que nació en 1994, diez años después de su fallecimiento. Tuve el gusto de conocerlo a través de los cuatro tomos de Los relatos publicados por Alianza Editorial, y le tomé más cariño cuando leí -ese mismo año- la novela Rayuela.

A Lula Carson McCullers (1917-1967) me une un fuerte afecto desde 1991, cuando leí -entre el 11 de abril y el 11 de mayo- el magnífico Reloj sin manecillas.

El apego con Franz Kafka (1883-1924) surgió en 1979, gracias a que en Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica nos pidieron leer El castillo.

La amistad que más años suma es la que tengo con Carmen Lyra (1887-1949), ya que mis padres nos leían a mis hermanos y a mí los hermosos relatos de Cuentos de mi tía Panchita.

En 1974, cuando cursé el primer año de educación secundaria, la profesora de español me presentó a Carlos Salazar Herrera (1906-1980) por medio del que es uno de mis libros favoritos desde entonces: Cuentos de angustias y paisajes.

Los amigos literarios incluyen también a los personajes de cuentos, novelas y poemas. Soy “uña y carne” con Tata Mundo, de Fabián Dobles; Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis; del asno Platero, de Juan Ramón Jiménez, y ni qué decir de Tío Conejo y Marcos Ramírez.

Son amistades muy entrañables pues conviven conmigo en casa, percibimos cada mañana las mismas fragancias del café, escuchamos los mismos aguaceros y conversamos un rato antes de apagar las luces y dormir.

Compañeros siempre presentes. Socios en las buenas y en las malas. Compadres discretos como nadie. Camaradas cien por ciento empáticos. Compinches generosos y bondadosos.

A ellos les canto, no tan bien como lo hace Roberto Carlos, pero les canto la siguiente estrofa:

En ciertos momentos difíciles que hay en la vida
Buscamos a quien nos ayude a encontrar la salida
Y aquella palabra de fuerza y de fe que me has dado
Me da la certeza que siempre estuviste a mi lado
.

Y ya que hablamos de este tipo de amigos, les cuento que hay un personaje al que quiero mucho: el niño que protagoniza la novela Amador (o la narración de un hombre afortunado), del escritor español Jesús Ferrero (1952).

Se trata de un pequeño apasionado por la vida que derrocha amor y amistad. Como dice en la contraportada de este libro publicado por Planeta: “Le embriaga la amistad, le gusta amar, le gusta sentir, de noche y de día, el placer supremo de vivir”. ¡Un gran amigo!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote