El cubreojos es exactamente igual al cubrebocas, solo que no se coloca sobre nariz, labios y mentón sino encima de frente, ojos y pómulos.

Se trata, en este caso, de ocultar retinas, córneas e iris.

Lo utilizan quienes no quieren contagiarse con el virus de la lectura, aquellas personas que evaden a toda costa el contacto con las palabras.

Sí, gente que huye la saliva de las vocales, la tos de las consonantes, el estornudo de las sílabas.

El frentojo, que no barbijo, protege contra las cepas Quijote, Calufa, Zorba, Cocorí, Metamorofosis, Magón, Hemingway, Tata Mundo, Gringo viejo, Marcos Ramírez, Pedro Páramo, Carmen Lyra, Cortázar y otras.

Y es que hay personas a las que el coronalibros les produce fuertes dolores de cabeza, ataques de aburrimiento, episodios de sueño, pérdida del entusiasmo y colapso del sistema rutinario.

Resulta fácil reconocer a estos individuos, pues guardan la correcta distancia social con librerías, bibliotecas, estantes, lectores, escritores y reseñas literarias.

Cada 23 de abril, Día Internacional del Libro, permanecen en sus casas debido a que no quieren correr ningún riesgo de ser víctimas del mal propagado por las compañías editoriales.

Afortunadamente, existen suficientes dosis de pereza para vacunarse cuantas veces sea necesario en contra de novelas, cuentos, poemas, biografías, historias, ensayos…

También hay jabones lo suficientemente poderosos y alcoholes en gel muy efectivos para eliminar cualquier residuo de ganas de sumergirse en un texto.

Abundan los protocolos sanitarios que ayudan a preservar la buena salud del desconocimiento, ignorancia, ceguera, atraso, incultura.

Hay quienes usan el cubreojos. Pobres, ¡no saben lo que se pierden! Nada mejor que estar en una UCI: Unidad de Conocimiento Intensivo, lo dice la OMS: Organización Mundial del Saber.

Dejémonos contagiar por el coronalibros.

¡Hay incapacidades que capacitan!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote