Recuerdo aquel sábado. Caminaba por San José tomando fotos y de pronto me encontré a las puertas de la Escuela Buenaventura Corrales, el famoso Edificio Metálico construido en 1896.

Al vigilante que se encontraba en la puerta principal le pregunté si me permitía entrar para fotografiar esa joya del centro de la capital.

Respondió que sí y me invitó a pasar.

Adentro había una pila de libros sobre la historia de esa institución educativa.

–¿No le gustaría comprar uno? Cuestan ¢500 -me dijo el guarda de seguridad.
–Me llevo dos -respondí y le entregué uno de esos feos e incómodos billetes de ¢1.000.

En algún rincón de mi biblioteca estarán ambos volúmenes.

Una vez que terminé de tomar fotos en el interior de ese edificio declarado reliquia de interés histórico y arquitectónico nacional el 29 de julio de 1980, me senté en el pequeño parque ubicado al costado sur de la escuela.

Me entretuve leyendo uno de los ejemplares que acababa de adquirir.

Lo que más me llamó la atención fueron las listas de alumnos de distintas generaciones, pues me permitieron constatar lo que había escuchado en múltiples ocasiones: que las aulas de la Costa Rica de antaño eran punto de encuentro entre escolares provenientes de familias adineradas y alumnos que pertenecían a hogares de escasos recursos económicos.

En esos espacios se daban cita los hijos de médicos y abogados con los hijos de zapateros y señoras que lavaban y planchaban ajeno.

Fue así como se gestó un país solidario, en donde los ricos ayudaban a los pobres. ¿Cómo? Invitando a sus retoños a comer en casa, llevándolos al médico, comprándoles uniformes y zapatos, proveyéndoles los útiles escolares, solo para mencionar algunos ejemplos.

Claro que había diferencias socioeconómicas, pero no eran tan marcadas como en la Tiquicia de hoy, en la que los niños ya no están juntos, no conviven a diario; unos en escuelas privadas y otros en las públicas.

Y entonces sucede -aunque no es la única causa- lo que ocurría en la ciudad ucraniana que describió la escritora Irène Némirovsky (1903-1942), una talentosa mujer que murió de tifus el 17 de agosto de 1942, a los 39 años de edad, en el campo de concentración de Auschwitz.

¿Qué sucede? Que la sociedad se divide y surgen complejos, resentimientos y odios que conducen a la envidia y el desprecio.

“El estrato superior lo constituían los médicos, abogados y administradores de las grandes propiedades, mientras que el vil populacho estaba formado por tenderos, sastres, boticarios…”, dice Némirovsky en la novela Los perros y los lobos.

Una verdadera lástima cuando los seres humanos somos encasillados, etiquetados o encapsulados en “estrato superior” y “el vil populacho”. Una verdadera bomba de tiempo…

¿Qué podemos hacer para recuperar al menos una parte -la de la sana y generosa convivencia- de la Costa Rica de los inicios de la Buenaventura Corrales?

No se trata de una pregunta cualquiera, pues de su respuesta dependen -en gran parte- las buenas relaciones, entendimiento y armonía de nuestra nación.

JDGM