La diputada María Inés Solís, del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), aboga porque la Comisión de Honores de la Asamblea Legislativa investigue a fondo la trayectoria política y literaria del nicaragüense Sergio Ramírez Mercado antes de correr a otorgarle la ciudadanía de honor a este escritor perseguido por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

En opinión de la legisladora, Ramírez -Premio Cervantes 2017- habla de forma negativa sobre la escritora costarricense Yolanda Oreamuno en la novela titulada La fugitiva, publicada por Alfaguara en el 2007. Solís reconoció que mandó a comprar un ejemplar de esa historia de ficción.

La sinopsis de esa obra publicada en la página oficial del autor nacido en Masatepe, Nicaragua, el 5 de agosto de 1942, se refiere a Oreamuno como un personaje “marcado por su belleza y su genio, por su desafiante sentido de la libertad y por la mayor de sus debilidades: los hombres”.

Comparto diez reflexiones y consideraciones personales de orden literario (se vale no estar de acuerdo):

-La literatura no es el arte de quedar bien con todo el mundo. Este quehacer es también libertad de expresión.

-Se escribe para provocar, no para complacer.

-En el mundo de los personajes literarios extraídos de la vida o inspirados en personas de carne y hueso, no existen los intocables, las “vacas sagradas”.

-Todo lector tiene derecho a no estar de acuerdo con lo que plantea un libro. Esto no quita que haya quienes lleven las divergencias a otros planos, tal como lo hacía un filólogo que conocí en la década de los ochenta, quien se negaba rotundamente a leer los relatos de García Márquez “¡porque es comunista y yo no leo a comunistas!”

Reproducido del periódico La Nación del 8 de octubre del 2021.

-Aún cuando la materia prima de una historia sea esa nebulosa que llamamos “realidad”, quien escribe no está obligado a apegarse estrictamente a las engañosas “verdades” que se aceptan como “versión oficial”.

-Resulta poco serio que alguien pretenda juzgar la obra de un prolífico escritor del que, al parecer, tan solo ha mandado a comprar una novela que no sabemos si leyó o no. Recuerdo la anécdota que contó, durante una de sus visitas a Costa Rica, el autor hondureño-guatemalteco-mexicano Augusto Monterroso (1921-2003) en torno a su cuento El dinosaurio, relato que consta de siete palabras, una coma y un punto y final: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Dijo don Augusto que en una ocasión una señora se jactó en público de haber leído absolutamente todas sus obras, por que él le preguntó si había leído El dinosaurio. La respuesta: “Lo estoy leyendo, voy por la mitad”.

-Los libros están ahí para que los leamos y lleguemos a nuestras propias conclusiones. Claro, cada quien es libre de ignorarlos y tragar carbón con base en opiniones ajenas…

-Al igual que muchos hacen con la Biblia, es arriesgado sacar un texto de su contexto para convertirlo en pretexto.

-Hay un cierto tufo a Inquisición en el hecho de pedir que se haga una investigación exhaustiva de la trayectoria literaria de un escritor. ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué haríamos entonces con los autores costarricenses que ofrecen perspectivas que no incomodan? Es así como una Comisión de Honores se transforma en una Comisión de Horrores.

-No conformes con mezclar política y religión, un cóctel que produce resaca demagoga y populista, ¿vamos a ligar ahora política y literatura en un Congreso donde si bien es cierto abunda la ficción, al parecer hay pocas horas lectura?

Dicho todo esto, termino diciendo que aunque soy un enamorado de la literatura, lo soy más de las causas nobles y humanas como otorgarle la ciudadanía de honor a una persona perseguida en su país. Hacer lo contrario, sería seguirle el juego a Ortega y Compañía.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote