Esta novela, Howards End, del escritor británico E. M. Forster (1879-1970), tiene una extensión de 458 páginas y apenas voy por la 40. No se extrañen si dentro de una semana me encuentro apenas en la 75 y dentro de 15 días en la 110.

La verdad es que últimamente he estado corriendo mucho. Digo, ando apurado y acelerado, y entonces decidí seleccionar un libro para cultivar el valor de la lentitud.

Así que es altamente probable que cierre este 2020 leyendo una obra que compré el 28 de enero pasado. Es más, cuidado si el 28 de enero del 2021 no me descubre con esta historia entre mis manos.

No significa lo anterior que en lo que resta del presente año voy a leer solo ese relato escrito por Edward Morgan Forster. ¡Para nada! En paralelo estoy devorando otros cuentos, ensayos y novelas, pero Howards End (publicada por primera vez en 1910) será el único libro con el que haré uso de la tortuga que todos llevamos por dentro.

Les confieso que esta novela se presta para una lectura en la que se guarde la distancia social con el reloj y el teléfono, pues tiene un ritmo que induce a la pausa, la respiración y la reflexión.

De momento no voy a revelarles mayores detalles de las 40 páginas que he leído, pero sí les cuento que las 458 páginas se inauguran con un embrollo sentimental en el que media una tía entrometida.

Uno de estos días, quizá un sábado o un domingo -días que invitan también a escribir lento-, les revelaré más elementos. Por ahora me conformo con compartir mi experiencia literaria con la parsimonia, pues quizá en algunos momentos les sea útil refugiarse dentro de estos caracoles de playa donde no se escucha el mar, pero sí el relajante eco de la demora y la tardanza.

Dicho de otra manera, más que a la lectura estoy dedicado a la lecdura.

JDGM