Una jarra para saborear el café y, al mismo tiempo, disfrutar pensando en los libros.

¡Es lo que se llama “matar dos pájaros de un tiro!” Solo que en este caso, una de las aves huele a grano tostado y molido, y la otra tiene alas de papel y pico de tinta.

Dos pasiones en una…

Un sorbo con sabor a Tarrazú y un vistazo para evocar a Gargantúa y Pantagruel.

O quizá un trago de café negro con aroma a Padre Brown o Sherlock Holmes.

¿Y por qué no mezclar a Baudolino con un espresso, a Madame Bovary con un macchiato o a Zorba el griego con un cortado?

Letras maduras…

Palabras cosechadas…

Oraciones tostadas…

Párrafos molidos…

Capítulos que se beben en una cafetería poblada de tertulias…

En este preciso instante puedo ver al arca de Noé flotando sobre la superficie caliente del pichel del coffee maker.

Vislumbro también a uno de los tantos picarescos y “mal portados” personajes del Decamerón escondido en una bolsa de chorrear café mientras pasa el peligro…

No me extrañaría descubrir en cualquier momento la nariz de Pinocho atascada en la rejilla del filtro de una prensa francesa.

Cafetos en los surcos del anaquel…

Flores blancas en las ramas de los textos…

Granos rojos entre las páginas…

Canastos cargados de personajes literarios…

Beneficio editorial…

Claro, una jarra como la de la foto es una seductora invitación a disfrutar, en estas tardes decembrinas, de un exquisito café y una sabrosa lectura.

Eso es precisamente lo que tengo planeado hacer mañana sábado en la placentera terraza que tengo en casa. Si el clima me lo permite, allí estaré en compañía de una jarra de caracolillo y La conjura de los necios.

Vean ustedes todo lo que me hizo imaginar la foto que me envió esta mañana por Facebook mi buena amiga Magda L. Rodríguez Portuguez, quien me dijo que si algún día consigue esa jarra compra dos: una para ella y otra para mí.

Entre tanto recibo ese regalo, seguiré chorreando lecturas y leyendo cafetales.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote