Recuerdo a un profesor de estudios superiores que hace más de treinta años afirmaba, de manera categórica: “No tenemos un alma. ¡Somos un alma!”.

¿Estaba en lo cierto? No lo sé.

Sin embargo, no es mi intención abrir aquí un debate filosófico o teológico sobre la definición de esa palabra que, aunque pequeña -tan solo cuatro letras-, ha generado grandes debates en la historia de la humanidad.

De acuerdo con uno de los significados que aporta Google, se trata de una “Entidad abstracta tradicionalmente considerada la parte inmaterial que, junto con el cuerpo o parte material, constituye el ser humano; se le atribuye la capacidad de sentir y pensar”.

Agrega el más popular de los buscadores de Internet que “el alma no es una realidad sensible y, por tanto, no puede ser estudiada por la ciencia”.

Por lo tanto, reitero, en estas líneas no pretendo enredarme en los controversiales hilos de una tela en la que siempre hay mucho por cortar.

Si partimos del hecho de que, en efecto, sentir y pensar son atributos del alma, entonces podemos estar de acuerdo con lo que afirmó el escritor y periodista estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849): “Los monstruos más terribles son los que se esconden en nuestras almas”.

Y ese autor sí que sabía de esos seres crueles y perversos, pues era un maestro de los cuentos y poemas de terror que reflejaban de alguna manera las zonas más sombrías y tenebrosas de los seres humanos. Sus textos mezclaban horror y psicología.

Me refiero, entre otros textos, a El gato negro (considerado uno de los más espeluznantes en la historia de la literatura), El cuervo, Los crímenes de la calle Morgue, La caída de la Casa Usher, El escarabajo de oro y El demonio de la perversidad.

De ser cierto lo que manifestaba Poe, el alma es realmente un territorio extraño pues en ella convivirían los demonios con los ángeles (algo que al parecer no sucede en el cielo ni en el infierno).

Expreso lo anterior con base en que nuestra capacidad de sentir y pensar no solo produce seres de espanto (como el Cadejos, para poner un ejemplo popular), sino también mágicos y bondadosos (como las hadas madrinas).

La anterior es una forma de expresar que en algún rincón de nuestro ser se encuentra la fábrica de los temores, sobresaltos, desasosiegos, sospechas, recelos, desconfianzas, fobias, pánicos, sustos y estremecimientos.

Al mismo tiempo, en esas “instalaciones” se producen el valor, coraje, determinación, esfuerzo, ímpetu, osadía, brío, fuerza, bravura, atrevimiento, firmeza, garra, seguridad, resolución y agallas.

El alma sería entonces, de ser correcto todo lo anterior, el corazón de la humanidad pues en ella cohabitarían la luz y la oscuridad, la bondad y la maldad, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el amor y el odio, el perdón y los resentimientos, y la paz y la violencia.

Hay diversos campos, y el del alma es uno de ellos, en los que suelo sentirme más a gusto con las hipótesis literarias que las teológicas y filosóficas.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote