“Papá y mamá, para los que la música es algo vital, no tocan ningún instrumento. Aparte de mi primera guitarra, pocos instrumentos de música entraron en casa durante mi primera infancia: recuerdo una pequeña armónica que mamá encontró entre sus cosas y que me dio”.

Esas palabras pertenecen al músico, compositor, lutier, escritor y periodista André Stern, quien nació en París, Francia, en 1971 y nunca recibió educación formal.

Yo nunca fui a la escuela, es el título de su obra autobiográfica publicada por Litera libros en el 2013; un texto ameno e interesante que estoy pronto a terminar de leer y del cual les hablaré uno de estos días. Lo compré el pasado 13 de marzo en la tienda Bamobam ubicada en Guayabos de Curridabat.

Lo que sí abundaba en la casa de André, hijo de Arno (1924) y Michèle (1939), eran libros, pues los cuatro miembros de esa familia -hay que agregar a la cumiche Eléonore (1976)- eran lectores voraces.

Sumergirme en este libro equivale a abrirle la puerta de la memoria a la nostalgia, ya que me hace evocar algunas vivencias de mi infancia. Por ejemplo, el hecho de que al igual que en ese clan, en el hogar en que crecí también abundaban los hijos editoriales.

No obstante, a diferencia de lo que ocurría con los dos retoños de los Stern, los cuatro hijos de David Guevara y Elizabeth Muñoz sí tenían un padre y una madre que tocaban algún instrumento: papá el acordeón y la melódica, y mamá, el piano y el órgano.

Por lo tanto, en casa siempre había un agitado revoloteo de palabras y de notas musicales; las primeras saltaban desde las líneas de las páginas, en tanto que las segundas lo hacían desde los trampolines de los pentagramas.

Se leía y se cantaba. Se susurraba y se tarareaba. Se pronunciaba y se silbaba. Libros y teclados eran las lámparas maravillosas que mi tata y mi mama frotaban para que aparecieran los genios que concedían tres deseos: el de imaginar, el de soñar y el de disfrutar.

Cuando los instrumentos musicales callaban, pues decidían tomar una siesta, la literatura y la música se trasladaban a un pequeño tocadiscos marca Philips, color negro, en el que resonaban el cuento de Pulgarcito, de Charles Perrault, o El lago de los cisnes, de Piotr Ilich Chaikovski.

Leo, saboreo, gozo y analizo Yo nunca fui a la escuela y mi cabeza se transforma en un panal repleto de miel.

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote