“Uno no puede embriagarse fácilmente con una novela o un cuadro, pero puede embriagarse con la novena de Beethoven, con la sonata de Bartok para dos pianos y percusión o con las canciones de los Beatles”.

Ese párrafo entrecomillado representa lo que piensa Franz, uno de los personajes de la novela La insoportable levedad del ser, del escritor checo Milan Kundera (1929).

Digamos que estoy de acuerdo con el hecho que uno puede emborracharse con las composiciones de Beethoven, Bartok y los Beatles, así como con las de muchos otros músicos talentosos.

Lo sé por experiencia propia. Me ha sucedido con Mozart, Sabina y Queen.

Sin embargo, discrepo rotundamente con Franz en cuanto a que no resulta sencillo llegar al éxtasis y el arrebato con una novela (lo único que voy a decir sobre los cuadros es que resulta casi imposible no caer en el embeleso producido por el colorido licor de Vincent van Gogh).

Con cierta frecuencia me embriago con el género literario de la novela. Así lo he hecho, por ejemplo, con Mi tío Napoleón, del iraní Iraj Pezeshzad; Tinísima, de la mexicana Elena Poniatowska, y Gargantúa y Pantagruel, del francés François Rabelais.

Asimismo, con obras de escritores costarricenses: Gentes y gentecillas, de Carlos Luis Fallas; La ruta de su evasión, de Yolanda Oreamuno; El sitio de las abras, de Fabián Dobles, Limón Blues, de Anacristina Rossi; El año de la ira, de Carlos Cortés, y Asalto al Paraíso, de Tatiana Lobo.

Puedo agregar más títulos: Reloj sin manecillas, de la estadounidense Carson McCullers; Tieta de Agreste, del brasileño Jorge Amado; Gringo viejo, del mexicano Carlos Fuentes, y Un libro de mártires americanos, de la estadounidense Joyce Carol Oates.

También El mar, el mar, de la irlandesa Iris Murdoch; Un baile de máscaras, del nicaragüense Sergio Ramírez; Rayuela, del franco-argentino Julio Cortázar; Zorba el griego, del griego Nikos Kazantzakis; El año del pensamiento mágico, de la estadounidense Joan Didion; El hombre que amaba a los perros, del cubano Leonardo Padura, y En el tiempo de las mariposas, de la dominicana Julia Álvarez.

Con esos y muchos otros relatos me he embriagado fácilmente. Lo mismo me ha pasado con Don Quijote de la Mancha y Las mil y una noches.

¡Todo un placer beberse una buena novela sorbo a sorbo!

¡Un deleite descorchar una excelente historia!

¡Pocos gustos tan placenteros como tomar en las rocas una obra de ficción añejada en los toneles del tiempo!

¡Me encanta brindar con un trago oloroso a Nobel de Literatura, decir “¡salud!” y calentar la garganta con un párrafo inolvidable!

Más que una biblioteca, mis libreros son bares editoriales.

Por mis venas corre el whisky de Joyce, el ron de Hemingway, el vodka de Dostoyevski, el vino de Boccaccio, el sake de Murakami, el aguardiente de Joaquín Gutiérrez.

Yo sí me embriago fácilmente con una novela. Las buenas historias me alejan por unas horas de la cruda realidad y me sumergen en la euforia de la imaginación, el éxtasis del arte, el embeleso de los sueños, la borrachera del ingenio y la creatividad.

¡Salud!

José David Guevara Muñoz
Editor de Don Librote